No pasa nada, tenemos un plan

formidable.
(Del lat. formidabĭlis).
1. adj. Muy temible y que infunde asombro y miedo.
2. adj. Excesivamente grande en su línea.
3. adj. coloq. magnífico.

Estamos hablando de gente formidable. Todo empezó, como las mejores historias de este 2012 que se acaba, con un tweet.
Hace unos meses (aún era verano) Oscar Rodríguez, brazo ejecutor de santamaradona.org, también conocido como @vega en Twitter, mandó primero un tweet privado y luego se descolgó con un entrañable mail. En él nos proponía a unos cuantos tuiteadores, “así como con inusitado entusiasmo”, escribir un texto para formar parte de la segunda edición del Manual de Comportamiento para Gente Formidable.
El Manual es algo que, en su primera versión, apareció en 2005 y juntó a una manada de escritores con ganas de dar instrucciones precisas para ser formidables.
En esta nueva edición, se nos ofreció una lista de temas entre los que se podían encontrar, por ejemplo, “Cómo dedicar un gol”, “Cómo convertirse en espíritu maligno y habitar a tu cielito lindo” o “Cómo decir que no cuando uno quiere decir que sí”.
Yo quedé inmediatamente prendada por “Cómo ser desfogado y primitivo” y allá fui, de cabeza. Eso sí, intentando ser polite, di una segunda opción, que era “Cómo esperar una epifanía”, apartado del Manual que finalmente escribió Mónica Sánchez Lázaro. Su intervención abre el Manual y me transformó en fan suya for ever and ever.
Ayudó que Don Oscar nos hablara de amor en ese primer mail. Algunas veces, si te dedicás a escribir y venís con la guardia baja, si alguien te dice que tus textos emocionan con frecuencia, aunque venga en un mail masivo, te lo creés, comprás, te ablandás, en fin. O tal vez sea yo, que vengo con la efemérides subida y un ansia que ni Bowie turbio.
Sin más demora, vayan y descárguense gratuitamente este fabuloso compendio de textos. Encontrarán el PDF aquí, para leerlo en vuestro dispositivo favorito. Desde luego, si les gusta y quieren extender esta epidemia de magnificencia, hagan el favor de compartir, enviar, regalar, desparramar la buena nueva: tenemos un plan, habemus Manual.

Manual de Comportamiento para gente formidable

Participantes:

Cómo esperar una epifanía
Mónica Sánchez Lázaro

Cómo contagiarse de estoicismo
Andrés Gualdrón

Cómo dedicar un gol
Norman García

Cómo sobrevivir una relación a larga distancia
Olavia Kite

Instrucciones para evolucionar hasta hacer la evolución irrelevante
Mauricio Duque Arrubla

Cómo perder la cabeza
JG Cozzolino

Cómo ser desfogado y primitivo
Macky Chuca

Cómo sobrevivir, seis tesis
Javier Moreno

Cómo diseñar una cantaleta para resultados más eficientes
María Camila Vera

Cómo mantener la calma
Ana Malagón

Cómo decir adiós
Maximiliano Vega

Cómo olvidar una memoria
Oscar Rodríguez

 

manusia purba eropa 1

Imagen: Homo Ferus, u hombre salvaje europeo.

Berta SS, primera temporada triunfal

Agitados días, amigos atigrados. La buena nueva es que la cobertura ha vuelto a Champawat. Pero todo indica que los guionistas de Berta SS han aprovechado la desconexión para huir – ellos se juntan, el viento los dispersa.
Antes la imposibilidad de ubicarlos y traerlos de una oreja, esta vecina decide cerrar la temporada con una necesaria lista de episodios. Disfrúténlón.

Y gracias desde ya a la teleaudiencia y los radioescuchas por seguir atentamente cada uno de los 16 episodios de esta primera y triunfal temporada. Berta los quiere y Borisbecker se hace pis de contento y después se revuelca sobre sus propias humedades.

Berta SS – 1×01 Berta SS (Siempre Sexy)
Berta SS – 1×02 Berta SS y la controversia de los Sea Monkeys
Berta SS – 1×03 El Jesús personal de Berta SS
Berta SS – 1×04 Berta SS y el espacio-tiempo
Berta SS – 1×05 El malhumor de Berta y sus amigas
Berta SS – 1×06 Berta llama a la rotisería
Berta SS – 1×07 Aceituna y sambayón
Berta SS – 1×08 El plan B de Berta
Berta SS – 1×09 Algo tiene que pasar
Berta SS – 1×10 Liberen a Berta
Berta SS – 1×11 Hiperolfato, sonrisa ultrasónica y otras virtudes de Berta
Berta SS – 1×12 Berta y los perros
Berta SS – 1×13 Berta llama a la Residencia Bogdanovich
Berta SS – 1×14 Micropunto al habla
Berta SS – 1×15 Berta hace la tercera llamada
Berta SS – 1×16 Berta, Micropunto, taxi driver, Severino

 

fontenoy

Photograph of blood and milk by Frederic Fontenoy

Atormentada II (el regreso)

Este texto acaba de aparecer en el número 37 de la revista Agitadoras. Es tal vez una continuación a o apéndice de “Atormentada”, uno de los cuentos de La reina del burdel.

 

 

 

A veces camino por torrentes sin agua. O me llevan en bici por el lecho de algún río, entre risas. Otras veces me siento más profunda que cualquier océano, aunque esto que digo no tenga profundidad alguna.
Extraño la arena gruesa y me paro frente al mar a que el viento me vuele lo que sea que se me haya posado en los párpados estos días. Esta mirada de loca afiebrada que se me ha puesto.

Sentada como una gallinaza sobre una veleta, cambio la sudestada por el llebeig y vuelvo a la sudestada. Es todo lo mismo, grado más, grado menos.

Miento para sentirme fuerte e importante, y tiro una moneda que primero no quiere que la arroje y cae al suelo, y después me dice, nena, andá para casa.

Me dice que no hay razones, que no hay motivos. Que tal vez la erupción de prominencia solar helicoidal haya tenido algo que ver. Que el terreno estaba arado, que no es el viento, que no, que no es un viento en particular.

De pie en un balcón con vista a la rompiente, mojada sin remedio desde hace demasiadas horas, me alejo cuando las olas se acercan.
¿Cómo se explica esto? ¿Este susto repentino cuando la ola me salpica?
El único mar que admito quedó atrapado en una noche de insomnio, y lo que verdaderamente me moja, más que estar de pie aquí, es el espejo que me han puesto enfrente.

Mirar al mar tiene dos riesgos. A veces te pone en un lugar muy visible, en una línea de tiempo sagrada entre ancestros y posteridad, y entonces brindás silenciosamente por todas las tribus que han mirado el horizonte y su telón de olas.

Otras veces el sonido te vacía y por más que busques una palabra, una definición, sólo queda el agua golpeándote las costillas por dentro, jugando con tu diafragma, ahogándote de dentro hacia afuera.

Y en esta noche nublada el mar se rompe y el viento golpea y los barquitos iluminados son el acento en esta canción peligrosamente cursi que dice que el mundo es la casa de todos.

Tengo compañeros que juegan con el viento. Ellos van a lo suyo y permiten que yo me enfríe frente al mar, frente a este mar habitado por pequeños rostros sonrientes. Conmovida, la gente de buen corazón se asoma por los ventanucos de sus camarotes para saludarme a la distancia.

No me ven pero me adivinan. A veces ni yo misma me veo, y tengo que andar a tientas sobre mi disfraz para que me vuelva a caber el cuerpo.
Los rostros de los camarotes son el equivalente a las estrellas amables de los cuentos para niños. Por un momento iluminan el mar con sonrisas y senderos de noctilucas.

Después de un rato el vendaval arrecia, y los barcos se meten en la niebla y desaparecen. Vuelvo a quedarme con mi disfraz, ya muy mojado.
Entonces el único que todavía me mira, desde un balcón en otro punto de la bahía, es un chico muy alto y muy negro. Puedo intuir, a la distancia, entre la bruma, su gesto de alarma ante una chica que tira una moneda frente al mar una noche de tormenta.

Mejor no, parece decir.

Me apoyo en el balcón y me gustaría contarles que pude mojarme de olas pero yo sólo admito el mar que quedó atrapado etcétera.

Y le hago caso a la cara que dice que no. Doy un paso atrás. Miro la tormenta como lo que siempre fue: una amiga, una visita amable. El chico de la cara alarmada se gira y se va.

Cuando la tormenta ha hecho su trabajo me voy yo también, y camino y camino.

Muchas cuadras más tarde un chico muy alto y muy negro se levanta del banco de una plaza a la que llegó antes que yo. Me pregunta:

—Hola chica, ¿has visto el viento en el mar?

Y yo le digo que sí, sin miedo y con una sonrisa que reservo para las confesiones de las brujas de mis amigas. Pero el chico también es brujo porque me ha visto mirar.

Su siguiente pregunta es si hay posibilidad de algún curro de diseñador.¿Qué se responde ante algo así? ¿Por qué gotea la coyuntura sobre nosotros de esta manera?

Lo miro con sonrisa de tarada que no entiende, y él se señala a sí mismo, con el desparpajo de quien no tiene un codo roto y puede llevar el pulgar al esternón con toda naturalidad y me dice, con los ojos más verdaderos de los últimos tiempos:

—Yo podría dibujar el mar de esta noche.

Dios que me da tantas palabras en vano no me preparó para nada de esto, se los prometo. Le respondo con entusiasmo genuino.

—Bien por ti.

—Gracias, chica.

Yo no le puedo dar trabajo. Sin embargo podría habérmelo traído a casa para que me dibujara con su acento francoafricano todas las tempestades que me hicieron tirar monedas hasta el día de hoy.

Pero entonces tendría overbooking de compañeros de viento en mi vida.

tormenta

 

Foto por Macky.

 

 

 

 

 

 

 

 

Una no tan joven promesa

 

Promesas.

Prometí que no iba a hacer esto. Pero soy una chica que a veces rompe sus promesas, qué le vamos a hacer. También soy propensa a las efemérides y los festejos de aniversarios insignificantes. Son taras que una tiene.

En estos días mi primer libro, La reina del burdel, cumple un año. Desde aquí gracias a Román Piña, a Sloper y al Cafè Món, a todos los amigos de la vida que me soportaron durante la escritura, la correción (durante la cual, entre otras cosas, asistí a un parto hermoso y adquirí más fuerzas de las que podría describir) y los días previos a la presentación. (Fotos aquí). Gracias a los amigos de Mostros que se hicieron eco de toda esta locura y quisieron leerme, gracias a los muchos nuevos amigos, a las poetas que me animaron a leer en voz alta, a la gente que día a día me da sorpresas enormes, los muchos mensajes cariñosos, la gente que me cuenta que está leyendo el libro y de repente alguien llama para recomendárselo, ese milagro del boca a boca y la sincronicidad. Gracias a los amigos modernos amantes de las redes que se hacen fotos con el libro (y su hermosa portada por Don Rogelio J) y las cuelgan y las mandan por sms y mms y whatsapp y Twitter hasta que una queda desmayada de tanto amor. Hasta que el libro llega a una segunda edición que, por lo que me cuentan, no está muy lejos de agotarse.

Gracias, de corazón, a todos. Una es sólo una pared y si ustedes no estuvieran ahí jugando a la pelota conmigo, yo ya no tendría fuerza para gambetear.

No quiero olvidarme que la primera vez que publiqué en papel fue, otra vez gracias a Román, en La Bolsa de Pipas, hace un par de años. Por eso, otra vez todo confabula para que un nuevo texto mío aparezca en La Bolsa de Pipas de este trimestre. Mi texto se llama Quebrantahuesos. Y como pueden ver, soy por primerísima vez chica de portada, junto a Don Michele Dalmau, alias el Padrino, a quien por una vez no ofrezco mis respetos pero sí muestro mi amistad azotándolo con el libro rojo de Jung. Cosas que pasan en las librerías de Palma después de un gin tonic vespertino (sin pepino).

No se pierdan este nuevo número pipista. Y gracias, como siempre, por vuestra amable atención.

 

 portada bolsa 87

 

Foto por Román Piña.

 

 

 

Huida en sandalias con polvo y monjas

Este texto apareció por primera vez en la revista Agitadoras, en diciembre de 2011. 

 

 

 

Se trata de vivir un día más. Con lo fácil que es caerse por el hueco de las escaleras, por la ventana abierta. Con lo fácil que es derretir más mantequilla de la necesaria, y hundir la cara en la sartén.

Estoy buscando una excusa, una explicación a lo que me está pasando.

Estoy buscando tal vez una mañanita desde donde mirarte un poco, mirarte a vos y a las alejandrinas cuestas de tu alma y tu malhumor. Encerrada en la espiral de las cuatro veces que me dirigiste la palabra, sufriendo como sólo se puede sufrir después de un rato de aguantar las sonrisas de los largos caballeros que sí quieren verme, encerrada en los balcones desde los que me asomo para buscarte.

Lo que me está pasando es una pequeña pesadilla envasada en media tarde de verano, es la decisión súbita de salir a caminar por un sendero polvoriento que no conduce a ninguna parte. El cielo está gris de bochorno, mis pies están grises de polvo y vergüenza, unas sandalias con taco y sin talón que no sirven para huir. Pienso demasiado en el glamour como para ser una verdadera runaway.

Por un momento pienso que está bien esto de deshacerse en lágrimas y salir corriendo. Inmediatamente, el cielo, el calor, el polvo, caen sobre mí y mis escasas certezas. Levanto los brazos y miro las nubes. Las pestañas me gotean lágrimas oscuras de rimmel, todo huele a miniserie barata. Sin embargo, esta miniserie barata es mi vida.

Yo salgo corriendo del capítulo de hoy de mi vida porque no sé hacerlo mejor.

El camino que he elegido para huir es tan ridículo que sólo hay una esquina donde doblar, y luego la calcinada curva de asfalto de la autopista, puentes difíciles de cruzar con estas sandalias top glam. No hay árboles. A quién se le ocurre un paisaje sin árboles. Los árboles son imprescindibles si una quiere recostarse y llorar.

Hay estiércol en el suelo, pisoteado y confundido con la hierba seca. Hay moscas que se pasean por mi vestido. Esto me pasa porque nunca hubo nada entre vos y yo.

Estuve buscando un símbolo, una palabra al pasar, un parpadeo en el pasillo mal iluminado por los fluorescentes. Pero nunca me dijiste una palabra al pasar. Creo que no ocupo ni siquiera una sinapsis en esa cordillera cerebral tuya. Ninguna imagen mía se quedó pegada a tu retina, ni siquiera fugazmente. No hay recoveco de tu inconsciente que me lleve a caballito. ¿Te das cuenta de lo poco que tengo? Vos no me registrás. Y yo sólo tengo esta hilacha, como el perfume que olemos en un sueño, y que nos hace gritar de sorpresa y despertarnos. Un grito que dimos que todavía escuchamos, que salió de nuestra boca y sin embargo, no es nuestro. No tenemos nada nuestro, vos y yo. Así te veo, distante, fueguino, indiferente.

Fuiste un relámpago en el pasillo. Y te llevo cosido en el bolsillo de adentro de la chaqueta como un San Cristóbal.

 

Los pasos en el polvo me llevan a un convento. En el calor de la tarde, la puerta de las monjas está entreabierta. Con lo fácil que es caerse a través de la puerta entreabierta. Una puerta, cualquier puerta. La tuya, por ejemplo.

Me detengo frente a la puerta (¿te lo podés creer, yo a las puertas de un convento?) no porque necesite caer más bajo, sino porque aparece un gato, y un gato siempre me ayuda a conectar.

El gato no me teme, a pesar de vivir en la calle. Tiene el cuerpo de otro animal, tal vez un zorro rojizo de pelo largo y espeso. Es como si al zorro le hubieran transplantado el busto de un gato gris de nariz mocosa para hacer una esfinge suburbana no demasiado convincente.

Pero a mí los gatos me convencen de cualquier cosa.

Sentarse junto a un gato es no llorar más.

Te encontré una vez en sueños y no supe abrir mi corazón al hecho de que no teníamos nada que ver. Te busco todavía, en ventanas ajenas. En los reflejos de las vidrieras. En el interior del envoltorio de los bombones. En los horóscopos escuetos. En el diario mugriento de ayer, esperando tal vez una solicitada, un anuncio clasificado que diga “¡Por favor! Volvé a mi vida.”

Y yo iría. Iría volando. Buscaría la forma, la manera. Buscaría el mapa, el agujero debajo del árbol, la madriguera. La mancha de tinta en la contratapa del cuaderno que me lleve hasta vos. Así como estoy ahora, medio pocha.

Como una flor arrancada.

Como una muela dolorida.

Mirando al gato, su nariz mocosa rozándome la mano, me doy cuenta de que, en el capítulo de hoy de esta miniserie absurda que es mi vida, todo me lleva a tener que plantarme delante de la frase que quiero escribir. Tal vez toda mi vida hasta ahora no sea nada más que una excusa para poder escribir la frase que quiero escribir.

Que esta vida merece ser vivida porque una ha conocido la sensación de que un animal apoye la cabeza en su mano.

Que otras personas apoyen partes diversas de su anatomía en partes de tu cuerpo señaladas al azar, no es, ni de lejos, tan importante. Que nunca vayas a apoyarlas vos, tampoco.

Sentarse junto a un gato es dejar de llorar.

Los abrazos que vendrán después, las llamadas perdidas de otra gente, los ademanes desesperados de rescate, las lágrimas, las promesas, los agobios varios no pueden compararse al calor de un gato que viene y frota su nariz en tu cabeza para decirte que te entiende.

Pensar que me quedé mirando la puerta de las monjas, su verja cercenada en el medio para aceptar las limosnas. La puerta entreabierta de donde nadie saldría, monjas mudas y sordas, con votos de intolerancia perpetua.

Un gato cualquiera es caricia acaracolada. Un gato como el mío es amor. Me despido del gato callejero.

Las opciones son cruzar el puente, huir, o volver a mi cama fría, donde hay un gato esperándome.

Vuelvo, porque no sé hacer otra cosa. Aunque lo demás falle, aunque no sé cómo se hace para vivir un día más, hay un animal esperándome, un animal que lo entendería todo, menos mi ausencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

runaway

 

Imagen: Runaway (1), collage by Blaise Allysen Kearsley.

 

Huevo monta escalope, o la comunicación como imposibilidad

Algo titila en la ventana, un toldo de metal o un trozo de antena que se mueve a pleno sol y me manda señales lumínicas desde el otro lado de los árboles. Yo estoy sentada escribiendo esto, en la orilla inmóvil desde donde se ven árboles viejos. Me quedo en la orilla y espero, entonces, que la fronda se abra para que el mensajero salga y me traiga lo que es mío. Lo traerá en las manos juntas, cóncavas, limpias como la patena de nuestra oblación.

Querido mío, te he estado esperando para que me dijeras la palabra justa, esa que me enternece el alma como un matambrito tiernizado, como cuando se agarra un martillo de madera y se golpea el bistec para que la carne lacerada acepte mejor los condimentos.

Yo me he negado en esta vida a muchos, muchos condimentos.

Me he negado a levantar la vista para ver cómo me decían bella. Me he negado a regalos, falsos regalos bienintencionados, que escondían en el fondo una borra de deseo y lascivia. Me he negado a que me toquen con los sucios dedos del pecado. Primero por temor, después por miedo a estar regalándole algo demasiado valioso a la persona incorrecta.

Ahora vienes a buscarme, y entiendo que si has pasado cuarenta años al lado de la misma persona debemos suponer que no tenías a nadie más, hasta que me descubriste, inmóvil en la orilla. Debo suponer que estáis solo tú y tu sexo en esta vida, porque el sexo de tu cónyuge se va pareciendo tanto al tuyo que cuando os miráis, juntos frente al espejo, ya no se sabe cuál cuelga y cuál se invagina. Misterios de la carne compartida durante muchos años. Ahora, que hayas dejado las tardes de sexos gemelos para venir a buscarme viene a decir que todo ese aliño al que me negué, todas esas excursiones eróticas de media tarde no valían mucho.

Un mensajero se asoma en el bosque, atrae mi atención con luces y brillos, y luego me dice que todavía hay mucha vida que vivir. Que un mechón de pelo entre los dedos puede ser lo verdaderamente importante.

Esto es para mí un hito. Un mojón, digo, y el mensajero que el bosque me ha regalado tuerce la cara en una mueca.

Un mojón que para mí es una marca en el camino, para él es un sorete flotando en el agua del inodoro. Algo tan noble como una piedra alzada en la llanura, para marcar el temblor de lo nuevo, diluido en la palabra que uso para describirlo.

Este pequeña desconexión me confirma que hago bien escondiéndome aquí, en esta silla, en este bar, en esta fonda. Será que después de todo lo escrito, una lleva pegada en las sienes y las muñecas la esencia de lo ya perdido.

Se me ha perdido el don del lenguaje y confirmo que la vida se me desmonta. Pero escribo esto y se me desmonta la idea. Desmontar podría ser desbrozar, y montar es batir, y montar también es encaramarse a una bestia.

Porque escribo que la vida se me desmonta y usted, señora, que me lee en Villurka, tal vez entienda que alguien entra en mi vida con machete y desbrozadora, de la misma manera que los señores de la soja desmontaron el Impenetrable, a fuerza de cortar yuyos. Pero cuando digo que la vida se me desmonta es que se me desarma, y no me refiero a armas, sino a estructuras que pueden armarse. A usted le hablo también, castizo amigo, que me pide más neutro, más neutro. A ustedes, a quienes les chirría mi argentinada.

Entenderá usted que montarse es también encaramarse a las caderas del prójimo, que no sólo vale para caballos, claras a punto de nieve, nata montada. Que, como todos saben, es crema de leche batida, pero me suena a nata a caballo. Sólo que la nata es esa película asquerosa que se forma sobre la leche hervida, y a caballo es el grito certero del mozo, o camarero, o garçon, que se acerca a la cocina para pedir una milanesa (filete rebozado, y/o empanado, que no escalope, que un escalope será siempre aquello que servían en las cantinas de mi niñez, churrasquitos al marsala). Entonces eso, milanesa, pide una, segura de sí misma, y el mozo retruca (envido vale cuatro) ¿Napolitana, pollo, a caballo? Y a caballo, siempre a caballo, claro, cómo negarse. Cómo negarse a la oferta de dos huevos fritos cabalgando la milanesa y una buena porción, no ración, de papas fritas.

Pues eso, que mientras espero que el mozo me traiga la milanga se me desmonta la vida, porque ningún alma de dios puede sobrevivir a tanto subtítulo, tanta traducción simultánea, tanto buscar y rebuscar dentro de la cabeza le mot juste.

Y eso que lo que hacemos es intentar comunicar. Y comunica. Quiero decir que el teléfono da ocupado y no hay emisor ni receptor, sólo ruido de estática. Se oye fritura, como la milanesa esta que nunca llega. Como yo perdida entre dos orillas de la misma lengua, entre el alcaucil y la alcachofa, el durazno y el melocotón.

Qué infelices todos nosotros, ¿no? Tan cerca, tan lejos.

 

Dissolve henrik simonsen

 

Image: Dissolve, by Henrik Simonsen.

El gozo

Este relato fue publicado en el número 84, enero-marzo 2012, de la revista literaria La Bolsa de Pipas.

 

El gozo, pone ella.

Es como intentar escribir un informe de dos páginas titulado El western.

Tenemos tanto de qué avergonzarnos. ¿O no, mascarita? Te conozco, pájaro aviador. Conozco tus trucos. En realidad creo que ya me lo has dicho todo, con tu manera de mirar culos y de agitar banderines para explicarme lo que pasa.

Me da ganas de beber algo para que dejes de aclararte la garganta. Dame un pedazo de aquello que escondés entre tus molares, rumiante de mi vida. Dudás, vas, venís. Hasta cuándo, vos y este vaivén de bolero.

Las maracas se me acercan espantadas, se me encajan debajo de la mandíbula y me piden por favor que deje de mentirles a todos con títulos así, que haga un esfuerzo por ser más sincera, que no baile yo también este eco atroz.

Hay pequeños milagros extendidos entre vos y yo, los tracé cuidadosamente sobre papel de calcar en clases de control mental y magia blanca. Prendí velas a santas con nombres de telaraña, con tal de que esos milagros llegaran a buen puerto. Con tal de recibir el gozo de tus manos.

Enumerando todo lo que hice, aparece un nuevo perfil en el papel. Es el mío, pero más cansado, menos firme. Un perfil con el óvalo caído, con la molécula de colágeno ya desintegrada, como los buenos estofados después de tres horas de cocción a fuego lento.

Yo ya no me quemaba mientras intentaba unir nuestras vidas. Simplemente le desprendí las branquias a los peces, hurgué dentro de los vientres vacíos de otra gente para ver si ahí se escondía algo que me recordara a vos. Me subí a montañas rusas, esas que me daban tanto miedo, comí bortsch, y el equivalente soviético de los pierogi, para calmar el hambre. Colgué pequeños cuernos napolitanos, rojos y furiosos, en los dinteles de las puertas, para soportar las noches de primavera. Me depilé con caramelo caliente porque lo leí en una revista femenina, y aullé tu nombre mientras los médicos arrancaban las tiras de piel con ese color tan bello, como la sangre coagulada después de las palizas. Pude ver lo que había debajo de mi piel y no estabas vos, las venas no dibujaban tu nombre con firuletes de sangre. Que alguien me lo explique.

Y se supone que esa, la de la piel quemada, la de la carne floja y los cuernos napolitanos soy yo.

Extremadamente perdida en las cerrazones, quién sabe, mi vida, por dónde andaré. El problema es que me sigue pareciendo mal la vida sin vos. Aprendí a tirarme las cartas y las consulto cinco veces al día, con cada comida.

Ahora saco escalera de color.

Quiero saber por dónde caminan tus pies, escribí una mañana en un cuaderno, y esperé. No obtuve respuesta, claro. De todas maneras no hubiera sabido qué hacer con esa información. Esto fue hace muchos años, antes de la invención de los teléfonos con posicionamiento global. Sólo me quedaba encomendarme a los ángeles, y probablemente algún ángel sumamente sincero hubiera venido a decirme que tus pies caminaban hacia la casa de ella. Que alguien me lo explique.

Abro mucho los ojos mientras busco otras escaleras de color, pensando que así activaré alguna función oculta de la memoria, un plus aditivo, algo que me brinde más detalles de lo que tenías puesto, por ejemplo.

El pelo se me cae tratando de recordar si usabas camisas de manga corta, o remeras, nomás.

Creo que añoro demasiado esa tarde de verano en la que me paseaba en zuecos por delante tuyo. Agitaste muchos banderines esa tarde, y por mucho que todavía los vea flamear frente a mis ojos no puedo hacer nada por tapar la verdad. Y la verdad es que esa piñata estaba vacía. Metimos la mano los dos, pensando que saldrían caramelos, pequeñas galletas de la fortuna. Tu fortuna estaba en blanco y a mí no me tocó ni una galletita.

A mí no me tocaste. Bueno, un poco, por encima del pantalón, pero había más cosas que tenían que pasar y no pasaron.

Y me quedé sin galleta, arañando el paquete, metiendo la mano en un lugar de donde saldrían ciempiés, y escarabajos.

Algún día, si el mapa del gozo no está errado, nos encontraremos. El mapa dice que será allí donde a los amantes se les cambian los nombres. Muy bien. Allí será, entonces, y yo estaré esperando. Pero cuando nos encontremos tenés que poner algo de tu parte. Tenés que decir eso que venís rumiando hace tantos años.

Mirame a los ojos, como me mirabas antes el culo, y animate a decirme amiga querida.

Gallina.

Image: Hole in history, by Joao Figueiredo.

Resistencia

 

Miro documentales de vida salvaje, porque este fin de semana me robaron la dosis de salvajismo que me había preparado cuidadosamente. Miro documentales de felinos a medianoche, porque mirar documentales de escarabajos a medianoche es demasiado policía-preñada-de-Fargo. Anoche vi a cachorros de leopardo atrapados en su propio juego, dando vueltas alrededor de un árbol muerto. Los vi desgarrados de pura inocencia, de pura prisa de beberse toda la vida de un sorbo. Los vi morir de debilidad en torno a un árbol muerto.

Junto a la carretera me saludan cada día los gatos atropellados. Quiero detenerme cada vez y acariciar lo que queda de ellos en el asfalto para que el sueño les sea propicio. Pero no es tan fácil frenar la vida por otros.

A la hora de la siesta, antes de que el sueño venga, se me aparecen las huellas de sangre y tejido en el asfalto. En el momento de quedarme dormida, sé que hay una parte de mí que estiraría los dedos para llevarse la textura de la muerte al lugar de las pesadillas, para dejarla allí y que no moleste.

En cambio, la siesta me trae un sueño plácido, de cuadernos blancos y cremosos. Paso la mano por la página varias veces antes de empezar a escribir. Cuando quito la mano las palabras ya están allí. Reconozco la letra; es mi caligrafía de nena, con las aes redondas, de colas largas. Como gatos domésticos.

Las palabras hablan de la escritura, de la búsqueda. Escribo a continuación con mi letra de ahora, una letra que se ha alargado, que se ha desilusionado de tanta sombra. Escribo un montón de palabras sobre escribir, y la sensación es la de bailar en la niebla. Sé que lo que escribo en sueños es verdadero y hace que el corazón me dé saltitos de cachorro. Lo escrito en sueños deja una marca profunda en el papel, y es la clave para completar el proyecto en el que estoy trabajando. Pero no es fácil frenar un sueño para tener tiempo de leer las indicaciones, las pistas.

El sueño sigue su curso y me atropella. Alguien se detendrá en la banquina para despedirse de lo que queda de mí.

Fotografía by Lara Ginhson

 

 

Blues con esencia de naranja amarga

 Este texto fue publicado en la revista Agitadoras.

 

 

Hoy estoy preciosa, soy fanática de mí misma. Me he autoproclamado vencedora en todos los Mah-jong que jugué esta mañana. A ver cómo igualan esto todos los que dicen que no sirvo para nada.

Por algún motivo, después de un rato el orgullo se retira, dejándome con más hambre que antes. Entonces me como un trozo de melón, que no engorda. Con la sandía no puedo, me recuerda demasiado a esos cosméticos que huelen a sandía.

La vida es para eso, me dijo ella, y miró por la ventana.

Yo salía con un chico que era creativo de una marca de productos de belleza. Se encargaba de los nombres, y de la mística detrás de los nombres. Gracias a él teníamos las Proteínas de Seda, el Max Volume Pump, las Nanoenzimas de Piña, las propiedades emolientes del Nenúfar Hawaiiano, las esencias de Pradera de la Provenza y Pomelo de la China.

Sus mejores ideas se materializaban en la ducha. En el vestuario del gimnasio, mientras sus compañeros de bicicleta estática se enjabonaban los bajos con diversos geles para piel sensible, se le ocurrió lo de las Microesferas Splash de Suavidad. Otra vez tuvo que salir veloz y chorreando de la ducha de un resort en la orilla opuesta del Mediterráneo, para apuntar en su block de tapa amarilla la frase “Frescor del Nilo”. Y también, ya que estaba “condones, yogur, antihistamínicos”. Y más abajo, “postales”.

Es para eso, sin duda. Y los ojos de ella tenían arruguitas alrededor, de llorar, pero también de reír mucho.

En el avión volviendo del Nilo él encontró otra petit maravilla: “la flexibilidad del junco egipcio en tu pelo”. Casi gimió de felicidad, pero le faltaba una sílaba para ser haiku, y luego se enredó con las oes, las es y los diptongos. Después de un rato dejó de intentarlo. Pidió un bourbon, soñando con la próxima ducha.

La vida es para eso. Nos quedamos quietas mientras ella lo decía, y su voz era tan nueva, tan distinta a lo que me había imaginado. La vida debía ser entonces un nuevo lugar amable, con voces dulces, tremendamente familiares de tan desconocidas.

La revancha de él vino en el transbordo en Schiphol. En uno de los cubículos con ducha, tan brillantes y esplendorosos, recitó, extático:

Espuma de Baño Relax, Ensueño de Flores Índicas.

Y también:

Loción Tonic Furor, Estallido de Agua de Sativa.

Al transcribirlo, le seguía sonando bien, así que cerró su cuaderno con elástico y sonrió.

¿Salía con un chico, dije? No. Me lo cogí un par de veces. Me enamoré de él cada vez, ojo. Yo sólo cojo si estoy enamorada.

Me gustan los chicos como él y nunca tuve ninguno. Porque bueno, a él tampoco lo tuve. Me gustan esos flacos modernos que usan camisetas pegaditas que sin embargo todavía les quedan un poco sueltas en la espalda. Simplemente me calienta que se la pasen hilvanando tenues pasarelas entre su falsa creatividad desbordante y su necesidad de llegar a fin de mes. Deliciosos. Me comería toda su pija con sabor Ultra Maxx Skin Aroma.

Él es alto y flaco, tiene el pelo negro y la piel pálida. Es un moderno que antes fue dark que antes fue punk. Las paredes marcan la evolución: los posters de hoy, pegados con esa especie de plastilina azul, tapan la marca de la cinta scotch amarillenta en una pared ya agujereada por las chinchetas.

Cada tanto piensa que podría funcionar algo así como Ritmo Devo para tus Ondas.  O Gel Efecto Peluca Cure of the Jezebel. Pero esos borradores nunca los muestra. Tecnología Curl Overdrive Resurrection, propuso él un día, para un spray resucitador de rizos. Si los italianos ya lo llamaban ravviva-ricci, ¿por qué no podía él hablar de resucitadores? La multinacional se negó: había que contar con los frailes rizados del Vaticano. Mucho San Pedro, demasiados alcauciles a la judía. En temporada, claro.

Lo llamé agitada una tarde para contarle que había encontrado en una novela de la Jong una lista deliciosa: Rosa Prepucio, Malva Glande. Él se agitó incluso más que yo. Sospecho que todavía conserva la lista de tonalidades de rouge que pergeñó esta tarde, y que aún no ha podido colocar en ninguna campaña.

Pero ya bastaba con cómo nos colocábamos nosotros imaginándonos todo el percal: si me pinto debajo de la ceja con Nude Nipple, el párpado superior con Pubic Mahogany, y remato las pestañas con Afro Ball, ¿se darán cuenta de mi mirada lasciva?

Ambos sabíamos que se necesita algo más que un poco de maquillaje para lograr la tan añorada mirada lasciva.

La vida es para eso, dijo ella, y el café se nos enfriaba en las tazas de tanto mirarnos. Yo nunca tomo café, esto es una mentira, pero ese fue uno de los pocos momentos en los que deseé saber decir la verdad.

Es que él era el regalo perfecto para esa noche especial, si yo hubiera sido una novia deseante: algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo azul. Blue Bride, con Fantasy Effect.

Resulta que después de un rato ella seguía ahí.

Lo más loco de todo era eso, que ella no se desvanecía en el aire, ni desaparecía en una nube de azufre. Mis frases de un minuto antes y su frase de ahora la hacían más consistente que nunca, más clavada que nunca a la palabra.

Los ojos de él, azules. Los de ella, sin sombra prestada, sin nombre artístico. Prestado, sí. Viejo y nuevo, como cada vez que una decide jugar a la bestia otra vez.

Ella me besó en la mejilla, y yo creí que era para despedirse. Olía bien. No tuve ganas de ponerme a pensar a qué.

Yo no sé qué va a pensar la gente.

Ella se quedaba ahí, y todavía tenía cosas para decirme, aun cuando a mí se me había acabado todo. La paciencia desde luego, pero también la compasión. No estaba seguro de haberla entendido, entonces miré sus labios para ver cómo se movían al decir otra vez lo que tenían que decirme.

La vida es para eso.

Y me imaginé entonces la vida como una pista vacía y luminosa, donde una va con sus mejores galas para luego, veloz y chorreando, desnudarse, y así llevarse a casa al novio de otra.

 

 

Image: Orange blossom, by Rebecca Artemisa

Las que se venden a sí mismas

 

 

Este texto fe publicado en la web de RTVE el 22 de noviembre de 2011

A una amiga mía le preguntaron hace poco por qué asociaba femineidad con fragilidad, y le pidieron ejemplos de mujeres frágiles. Llegamos a la conclusión de que no conocemos mujeres así. Sí conozco mujeres que eligen hacerse más o menos las tontas con respecto a las ganas de quemarse vivas en su propio fuego. Conozco señoras y señoritas que intentan no llamar mucho la atención, o llamarla de la manera correcta, siendo sexies y perfumadas.

Tranquilas, hermanas hembras, nunca estaremos a salvo del todo, ni siquiera de nosotras mismas: en este mundo en el que vivimos, “puta” es un insulto para cualquier mujer en contacto con su sexualidad. Puta es una palabra arrojadiza, puntiaguda. Nos la dan cada día en ayunas, una gota de veneno instilado en el oído. Hay otros insultos sólo-para-mujeres, desde luego, bonitas piezas talladas en escupitajo, como “gorda”, “fea”, “loca”, “mala madre”.

Inventarse un burdel donde reinar y enseñorearse es fácil. Inventarse una vida de mujer no tanto. Hay que elegir cómo vivir, o lo que es lo mismo en estos días, acertar con la etiqueta correcta, seguir las reglas de juego de adornarse, mutilarse, inflar la imagen.

Venderse a sí misma es más fácil de lo que se cree. Las mujeres lo hacemos unas cuantas veces a lo largo de la vida, nos vendemos a trozos, como a través de un mostrador. Cada vez que hacemos algo contra nuestra voluntad, cuando postergamos un sueño para que no nos llamen egoístas, cada vez que nos subimos al carromato de las bien miradas para no parecer raras, cada vez que nos negamos al postre por su potencial de ponernos gordas.

Lo difícil es escapar al ejército de los muy limpios, esos que van por la vida con una piedra en la mano. Escapar al control que es, en el fondo, lo que los muy limpios o muy iluminados quieren ejercer sobre cualquier mujer que no siga el escalafón de novia-esposa-madre-cocinera. Siempre listos para denunciar lo que no les parece agradable a la vista. Y sin embargo sí les parecen agradables sus señoras con idénticas cirugías, salidas del criadero central. Se ve que para ellos, hay unas maneras de compraventa que son justas y necesarias, y otras que no. Su moral y sus buenas costumbres están llenas de historias de terror. Yo lo sé, yo puedo contar lo que se cuece en el seno de las buenas familias, pero temo que después mis amigos ya no me saluden, y me llamen puta a mí, y ramera a mi madre.

Un limpio pide que le traigan, en bandeja de plata, la cabeza de aquella que se anime a decir que goza, y que cobra, y que encima está orgullosa de hacerlo. Tenemos delante de los ojos una quema diaria de brujas. Los que encienden el fuego son también dueños de las etiquetas, y las escupen como a través de una cerbatana. La verdad absoluta es el veneno de los que se creen más dignos que los demás. Dios nos libre de los que se consideran ya puros de espíritu y andan repartiendo cucharadas de salvación por nuestro bien.

Me pregunto por qué este ejército de limpios nos viene a decir cómo son las cosas,quién debe abrirse de piernas y con quién, a cambio de qué favores, y con qué estado de ánimo.

Fue divertido imaginarme un burdel donde reinar. Me gustaría ser capaz de imaginar un mundo donde las mujeres puedan realmente ser libres para hacer lo que les dé la gana, incluyendo el derecho a trabajar con su piel y orificios, con su arte de escuchar y acariciar, si eso es lo que desean. Un mundo donde una mujer haga su propio inventario y ponga precio real a todo lo que tiene para dar, sea lo que sea. Y que los muy pulcros no puedan castigarla por ello, explotarla por ello, maltratarla por ello.

 

 

Imagen: World of men, collage por Lou Beach.