Llegar tarde

Este texto forma parte del número 34-junio 2012 de la revista cultural Agitadoras.
 

 

Tell me why
Is it hard to make arrangements with yourself
When you’re old enough to repay but young enough to sell?
Neil Young, Tell me why (After the Goldrush)

 

Ella:

Llegar tarde significa que mis tiempos son muy cortos, que cambio tanto que no podés seguirme.
Si me caigo te caerás conmigo. Así de cortos pueden llegar a ser mis tiempos.
Nunca me encontrabas. Siempre estaba ocupada con espejitos y cuentas de colores, reafirmándome en mi postura de urraca atraída para siempre por el brillo del latón y otros metales pesados.
¿No?
¿No?
¿Nocierto?

 

Ella:
Llegar tarde es ser incapaz de alegrarme por tu noticia. Vas a ser padre, o tal vez ya lo sos, quizás cargues en la espalda más de un niño.
Es también pensar, muy seriamente, aunque tal vez sea incapaz de pronunciarlo:
— Mejor, no te será tan difícil abandonarlos, un hombre puede dejar a sus hijos relativamente atrás en el camino sin sentirse demasiado lastimado, por lo menos hasta años después. Imaginate cuánto más complicado si los hijos fueran míos — y después te sonrío con esta mandíbula de yegua que Dios me ha dado.
Mi cabeza llega tarde, funciona todavía con mecanismos quinceañeros, patéticamente injertados en un cuerpo que hace rato que pasó el punto sin retorno. Mi cabeza todavía se preocupa por tus ataduras versus una supuesta huida romántica como la de las películas del domingo.
A veces llega el sacudón. Mis mejores amigos yacen en cajones de madera y en tardes de neblina y tedio, como esta, veo levantarse sus voces:
—Infeliz — dicen. —Está teniendo hijos con otra y querés seguís buscando el cruce de caminos, la carretera que los llevará lejos.
Momentito, perdonenmé: el cruce de caminos existe, yo estuve ahí una noche, una sola. Y porque estuve ahí sé que al nuevo padre de familia le vendí todo lo que tenía para vender.
Hablemos de maneras de recuperarlo. De refinanciación. Hablemos de dación en pago.

 

Nosotras:
Llegar tarde es asomarse a toda esta parafernalia de compartir, mencionar y publicar, colgando nuestras letras de endebles armazones virtuales como si lo hubiéramos hecho toda la vida. A veces nos parece que somos demasiado mayorcitas como para meternos en el arenero donde gatean muy sueltos los párvulos de mejillas de rosa. Demasiado baqueteadas como para tener que avergonzarnos de saber caminar. Aunque estos pies no nos hayan llevado a ningún lugar extraordinario. Aunque hayamos volado tan bajo que siempre haya parecía que estábamos a punto de estrellarnos.
Este mundo no premia a los que llegan tarde, a los que caminan lento. En cambio nos empuja a ser competitivos, a esperar el comentario salvador como recompensa, maná del cielo.
La gente es mala y comenta, decían en el barrio, cuando éramos chicas. La gente sigue siendo mala y sigue comentando, y sin embargo esperamos ese comentario, esa maldad. Tememos el silencio.
El silencio duele y nos pincha el culo.
Vemos llegar los comentarios muy orondos, con su ruido de espuelas, y ya sabemos dónde se clavan las espuelas en aquellos potrillos que van lentos a la línea de llegada.
Este mundo señala con el dedo a los que no se presentan en la puerta el primer día de clase con la cara limpia. Este mundo nos castiga por no estar al tanto de dónde queda el horizonte, pero nos lo cambian tantas veces a la semana que no logramos mantener el foco. En este mundo, creemos a veces, la ausencia de foco es una bendición. Nos permite saltar entre angustias ajenas, delfines moribundos, tribus a punto de extinguirse, fotos con efecto vintage y saliva mal dirigida.
Hace falta llegar temprano para saber dónde queda toda la saliva que nos merecemos.
En estas tardes tan grises, con el horizonte tan bajo que parece un toldo, ansiamos de repente la lectura. Nosotras, que tuvimos tanto tiempo el cuaderno en un cajón.
El cajón del que hablamos es un cajón real. Se puede ver claramente con todos los ojos, los físicos y los que aparecen cuando apretamos los carpos contras las cuencas; es un cajón de verdad, un cajón barato de madera, no algo que fabriquemos ahora para que funcione como una frase hecha. En ese cajón el cuaderno era rey de reyes.
Sacar el cuaderno del cajón y el texto del cuaderno es venderse en un cruce de caminos al que no se puede llegar tarde.

Ella:
Ya cliqueé. Ya voté. Ya te puse un megusta. Perdoname, no tengo cambio.

 

 

 

Imagen: “Red Car”, por Stacey Rees.
 
 

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