Bajo la vista. Uñas moradas aporrean las teclas y sólo se me ocurre rogar que sea otra, otra más lista y más brillante la que esté escribiendo esta historia por mí.
Le pido por favor al cosmos que haya enviado a un ultracuerpo lo suficientemente lúcido para ocupar mi lugar.
Le pido que la otra tenga todas las respuestas en tiempo real, que sepa de memoria las fábulas que se cuentan al oído en ambos hemisferios, en las tundras, bajo las auroras boreales, en la pampa bajo el ombú y el lucero, en las áridas llanuras australianas. Que sepa contar historias con muchos estratos, como capas geológicas perfectamente delimitadas, como anillos anchos en un árbol alimentado con cuerpos en descomposición.
Querido Ganesha, queridos Joe y Joey, que la que venga a reemplazarme sea más buena que yo, más simpática. Que use mis cuadernos con soltura, que tenga tendones sanos en las muñecas, y los callos de los dedos ya formados, sobre todo el callo del interior del dedo medio de la mano derecha, tan útil para apoyar la pluma.
Díganle que yo me retiro, porque de ahora en más enmudeceré. Que renuncio al privilegio de decir lo que los demás no quieren oír.
Díganle que no se me permite decir nada más, que han aparecido los pequeños enanos fascistas que habitaban en mi interior y que han dictaminado que toda mi prosa es subversiva. Luego aparecieron los compañeros montoneros y me juzgaron por haber tomado el santo nombre de la subversión en vano. Luego aparecieron los indies y lo transformaron todo en una balada con anteojos de pasta y barba pelirroja.
Y camisas leñadoras, esas que le quedan bien a todo el mundo. Le quedan bien a los punks, a los perdiditos del grunge, a los cantantes folk.
Ante tanto poeta, tanto rapsoda suelto, ¿qué hago yo aquí?
Me retiro entonces, me voy cantando bajito.
Ah cómo. Me dicen que esto era el primer post, la bienvenida, el gran comienzo. Que del otro lado de la puerta hay guirnaldas y farolitos de colores, y canapés, y gente a punto de romper a aplaudir, a punto de romperse la garganta gritando “aquí estamos”. Gritando “quién te dijo que vamos a leerte”. Gritando “quién te creés que sos, tilinga”.
Da igual. Empecemos fracasando. Que se encargue ella, mi hermana melliza muerta, la que escribe mejor que yo. Después de todo, nadie notará la diferencia.
Yo ahora vuelvo, que tengo que ir a ver cómo cuaja la gelatina. Ustedes quédense acá, que ahora pasará alguien a servirles un vasito de algo.
Que se diviertan.
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