Envidio lo que hace la naturaleza en los descampados. Esto es así.
Ayer bajé a un costado de la carretera a recoger unos cajones de fruta para plantar verduras. Es mi plan maquiavélico para disuadir a los topos, que se cargaron la mayoría de lo que quise cultivar el año pasado. Aunque ahora la gata se manduque una media de un topo al día, esta estadística sólo me confirma que la colonia topera campa a sus anchas en el subsuelo. Tengo también que plantar ricino y saúco, que dicen que los espanta.
El jardín se dispara en múltiples frentes y yo no sé por dónde empezar.
Pero divago: les contaba que bajé a por los cajones. Aproveché para dar una vuelta por polígono y alrededores, y me esperaba una sorpresa.
Hace más de quince años que no veo unos lupinos ¿salvajes? tan sanos y orondos. Desde que estuve dando vuelta largos meses por la Patagonia. Pero allí eran todos de color pastel, y olían a la mezcla de frutas más deliciosa que os podáis imaginar. Estos no huelen tan bien, pero son magníficos.
Mientras tanto, en el jardín…
Los lupinos que intenté plantar aquí apenas despuntan. Sospecho que los topos también tienen algo que ver, y que se desorinan de la risa mientras escribo esto. La malvarrosa tampoco progresa demasiado (la empecé desde semilla), y un túnel le pasa por debajo, aunque cada tanto lo relleno y le pongo piedras en los orificios. Qué trabajiño.
A esta otra malvarrosa (comprada) le tocó mi experimento: la hundí con maceta y todo, cortando la parte inferior. Espero que eso disuada a las alimañas, y que las raíces todavía puedan bajar y hacer su trabajo.
Pero también pasan cosas hermosas. Aparecen nuevas flores silvestres:
La capuchina florece, a pesar de los baldazos de agua que le están cayendo estas semanas.
La parcela de semisombra, que fue lo primero que armé en cuanto pisé el jardín (con aromáticas y bulbos dentro de un pallet) está pasada de agua y granizo. El romero es el que está más contento: no deja de reptar y florecer (fue la primera aromática que planté), y deja que el Buda de madera heredado le duerma la siesta encima. El tomillo alimonado está bastante feliz también. La Erica blanca, mi primera flower, no volvió a florecer, pero sigue ahí.
Los irises blancos están pendiendo de un hilo: se bancaron el granizo como pudieron. No sé si ve bien, pero son dos en uno. El primero está muy baqueteado por la lluvia, el segundo intenta abrir. Milagrosamente, todavía le llega algo de savia a pesar del doblez.
Las freesias también están jodidas, pero van abriendo. En los días secos el perfume es embriagador.
Ahi aparecen los alliums, que mostrarán sus pelotas (con perdón) más cerca del verano.
Un narciso le planta cara a la llovizna.
Unos margaritoides lilas que no recuerdo como se llaman, algo raquíticos entre trébol y menta.
Y el balcón, otro mundo: toda jardinera/maceta colgante se llena irremediablemente de agua, las plantas flotan y el viento del valle no ayuda. Así que descolgué todo por el momento, invocando a los clavos de Krishna, y agrupé a todos los tiestos en el suelo para que conversen y se hagan compañía. Planté algún que otro tulipán en la parte soleada de la parcela de semisombra (…), pero como estoy casi segura de que el suelo no les va a gustar, el resto de los tulipanes esperan, balconeando también, a que vengan tiempos mejores.