Con Borisbecker hecho un buñuelo tembloroso en su almohadón, y mis propios nervios latiéndome en la garganta, me cuelgo el bolso y salgo muy decidida hacia la puerta.
Cinco segundos más tarde vuelvo sobre mis pasos, agarro el inalámbrico, marco el segundo número salvador. Me atiende la Micropunto, inusualmente dicharachera.
—Holááá.
—Puntito, soy yo.
—Berta, mi amor, cómo estás. Me estaba haciendo un pan de almendra y acelga, dicen que es re nutritivo y además te llena un montón y podés comer hasta una rodaja y media por día, lo cual me parece espléndido.
Frunzo el ceño, pues no reconozco el tentempié en cuestión.
—Punto, ese pan no es de Scarsdale ni de la Antidieta. ¿De dónde lo sacaste?
—No, no, es un snack nuevo, de la Dieta del Hortelano.
—No me suena, Puntito. ¿Por qué no la tengo en mis apuntes? ¿Por qué me ocultas información y empezás dietas sin mí?
—Berta, no seas demandante, que estaba de buen humor. Es una dieta nueva, parece copada: hojas verdes a full, frutos secos en cantidades moderadas, montones de clara de huevo. Huevo de granja, eso sí.
—¿Hojas verdes? ¿Y tus divertículos?
—Nunca tuve divertículos, qué decís.
No sé, Puntito, si fuera la dieta del perro del hortelano todavía…
—No te me pongas pasivo-agresiva, te lo pido por favor.
—Al final siempre me acusás de cosas que no tienen nada que ver.
—Uy nena, de verdad, qué retorcimiento de ovarios. Yo estaba de buen humor. ¿Qué te pasa? ¿Vos me llamabas por algo en especial?
Lloro un minutito antes de contestarle, y ella aprovecha el hueco en la conversación para bajar un cambio.
—Ay, Berta, estás sensible, qué pasó. No llorés, boluda, no llorés. Soy una bruta. Qué te pasa, tesoro.
Cuando la Micropunto deja de lado su pose de gurú de la sensatez y la frialdad y me llama «tesoro», es el momento de bajar la guardia y dejar que el corazón se me derrame como si se hubieran rajado las compuertas del embalse de Río Cuarto. Lloro un poco más audiblemente hasta mojar de baba y lágrimas el inalámbrico.
—No sé, es todo (hipo) un desastre (sollozo). Yo sólo (hipo, hipo, sollozo) quería (llanto desconsolado) quería…
—Buá, Bertita, buá, buáno, buáááno, calmate, tesoro, calmate.
—(hipo, hipo, hipo)
—Buáno.
—YO SÓLO QUERÍA PASARLA BIEN UNA NOCHE DE ENTRESEMANA (sollozo prolongado). ¿Es mucho (hipo) pedir?
—Buáno.
—¡Dejá de decir bueno y decime algo útil!
—Ay, Berta, no hay orto que te venga bien.
—¡Eso mismo dice Borisbecker! (Sollozos furibundos)
—Ese perro está más loco que vos. Calmate un poquito. Contame qué pasó.
—No.
—Berta, no empecemos con la nena malcriada, eh, que eso te funcionará con los hombres pero conmigo no, eh.
—¡Con los hombres tampoco me funciona! (Sollozo más que justificado)
—Buá. Buá. Qué pasó.
—Que yo quería estar linda y me hice el ritual de hidratación (hipo) porque me había comprado un vestido re lindo, re lindo (llantito)…
—Cómo…
—… y me lo quería poner. ¿Está mal? Sambayón dice que está mal, que soy una calientapijas. ¿Está mal querer ser linda? Decime.
—Pero qué. No entiendo.
—Y Aceituna ni un beso me dio (sollozo) y encima el helado estaba derretido y el envase olía a él. Muy boluda me sentí, muy boluda. Y el sueño ese de mierda.
—Qué sueño, que decís.
—Con los bailarines (llanto de bronca por tener un inconsciente adepto al music hall) y a Borisbecker no le importa nada y aúlla tibetano y ahora no me quiere acompañar.
—Berta, tesoro, estás fatal. No entiendo una garompa. ¿Adónde no te quiere acompañar Borisbecker?
—A la Residencia.
Oigo el inconfundible ruido de la Micropunto y su túnica incorporándose en su chaise longue.
—¿La Residencia?— Baja la voz a un susurro tísico —¿La Residencia Bogdanovich?
—Sí.
—¿Un martes? Vos estás demente.
—No, no estoy demente, ¡es una emergencia!
—Berta, decime un poco: vos no te habrás mojado, ¿no?
—…
—Nooo. Nooo. Pero Berta. ¡Pero Berta! ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?
—Porque vos sólo hablás de tus acelgas y no me das bola.
—En otro momento te mandaría a la mierda, pelotuda. Esperame abajo, me subo a un taxi y te paso a buscar. Estás loca. Loca— La oigo caminar a grandes zancadas por su casa. —Un martes. Y seguro que estos no tendrán tiempo de avisarle a vos sabés quién, y encima vamos a tener que hablar con él en persona. Increíble. No lo puedo creer.
—Bueno, Puntito, perdoname.
—Ya vamos a hablar en persona. Estoy saliendo por la puerta. En diez estoy ahí.
—Gracias, Punto.
—No te escucho porque la rabia me sube por las venas del cuello y ahoga tu voz de tarada – dice la muy turra, y después cuelga.
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Imagen: street art by Veronica Leto/eveyinorbit