Nadie habla de las femínculas

Este poema apareció por primera vez en el fanzine de poesía fahrenheit 450º, número 0, junio de 2017

 

briana taylor

crecemos en el agua del florero

como sea monkeys

que aspiran a ser femíncula

 

¿qué somos?

(podemos encabalgar frases con gracia)

 

¿podrán con nosotras

regar el trebolario?

(somos agua blanda

que no deja residuos)

 

(podemos dibujar metáforas

con el dedo

desnudo)

 

¿dejaremos poemas, acaso?

(aforismos olvidables de pantalla)

 

tenemos la mirada y la voz

nos dicen ellos

 

los remates de nuestros cuentos

qué elegancia

 

conocimos gente endemoniada

que ponía trozos de cactus

a enraizar en vasos de agua

torturando así lo que quedaba

de sus pies de desierto

 

así a veces la gente nos pone en floreros

entusiastas de nuestro color de pelo

y cómo es que no nos hemos animado

o tal vez no hemos podido con the N word

 

después irán diciendo que es en Hollywood

donde deberíamos acabar novela y todos

(ellos vendrían con nosotras

en calidad de perros y doncellas)

 

después preguntarán cómo y por qué versos

pudiendo habiendo narrativa pudenda

crónica músical con escafandra

cómo no nos lentejuelan festivales

con tanto admirador jadeando en sepia

 

nosotras nos dedicamos       mientras tanto

a mirar por la ventana muchos meses

y a que le llueva encima a todos los cuadernos

porque antes teníamos horario de sentarnos

a que la noche nos dictara las palabras

y a fuerza de quedarnos así                   quietas

aparecían señoras que contaban

historias debajo de las mantas

 

sabían que las demás transcribiríamos

(era nuestro único trabajo

remover la hojarasca

debajo de la hamaca en movimiento

despedir a los pies del cactus y el fantasma

tropezarnos con el borde de la fuente

mojarnos frente y labios con el vino

pedirles a las señoras más confianza

más susurros             más corteza

más manos hundiéndose en la fragua

sacando bollos de volcán y silbidos

la carne quemada hasta los codos)

 

nos duele el dedo medio de apoyarnos

en el estribo del lápiz

y en el viaje al centro de la tierra nuestra

siempre a punto de ser reconquistada

por tropas harapientas

de saldo              sordas ciegas

con cartas en sobres cosidos con hilo de bambú

y besos caídos en lo hondo del lago.

 

 

imagen por Briana Taylor

Irmadelaesquina meets Joey Ramone

Crecí en una familia donde la religión rozaba preocupantemente la superstición. Este último concepto es casi tautológico, pero no voy a intentar buscar ahora las siete diferencias según las necesidades rituales del rebaño.

Mi abuela calabresa le rezaba con amor y respeto a San Roque, el santo de la iglesia del barrio donde habían crecido sus hijos. También desparramaba murmullos invocándolo cuando había un perro cerca (“San Roque, San Roque, que este perro no me toque”). Ahora que lo pienso, no estoy segura de que mi abuela haya crecido en el mismo barrio que sus hijos, y me arrepiento de no habérselo preguntado. Le rezaba a San Roque, pero creía en el mal de ojo, ese que yo aparto cada tanto acudiendo a amigas con superpoderes y colgando una mano cornuda (napolitana, roja) donde haya que colgarla. Mi abuela calabresa llevaba también unas cuantas medallitas surtidas prendidas con un alfiler de gancho en el enagua (ella diría “la combinación”), sobre la teta izquierda, esa a la que mis amigas y yo nos llevamos la mano derecha cuando nombran a alguien que es yeta. En medio de las medallitas, llevaba también una figa de madera negra que le había traído mi madre de Brasil, uno de esos amuletos que nos bajan del candomblé o alguna otra religión bahiana, la talla de un puño con el pulgar apretado entre los demás dedos. Mi abuela calabresa juraba que había visto morir a un nene de mal de ojo, “con la cabeza abierta”. Esta última imagen era poderosa, me perseguía durante los desvelos y despejaba toda duda de que el mal de ojo fuera un arma arrojadiza que alcanzara el plano físico. Abría cabezas, ¿entendés?

Mi abuela polaca también llevaba medallitas prendidas por ahí, y se envolvía en los mil años de cristianismo de su pueblo como si fuera un chal calentito. Tenía la placa conmemorativa en la puerta de su habitación, una placa de cobre con la virgen negra de Częstochowa, esa virgen que después descubrí que tiene ciertos vínculos alocados con una virgen haitiana (Polonia-Haití, cruce inaudito. Y por eso, quizás, las marcas de látigo en la mejilla de la virgen). La placa decía “966 – 1966 – Mil años de cristianismo”. Cuando lo leía en voz alta elevaba su puño al cielo, como hacemos nosotros cuando estamos en un bar y suena “Twist of Cain”. Pero mi abuela polaca también creía en los superpoderes, de sus vecinas, en este caso, y llamaba a Irma de la esquina (su apelativo indicaba que vivía en la esquina, y venía todo junto, como si fuera un apellido o algo por siempre adosado a su nombre “Irmadelaesquina”) a que me curara el empacho con un metro de modista. Irmadelaesquina desplegaba entonces una coreografía ritual de pasos palante patrás en la baldosa, como saltos muy perturbadores, perturbadores por el hecho de que ella era una señora en batón y delantal que normalmente no hacía mucho más que vivir en la esquina y atender la barra del bar y venderme fichas para el teléfono público. Pero de repente venía con su permanente lila, su cara de pajarito y sus ojos revoloteantes a medir la distancia en baldosas desde la mano que se santigua hasta mi esófago hinchado con los codos sobre el metro que se acerca y se aleja, y un silencio penoso donde sólo se oían los besitos que Irmadelaesquina se daba en pulgar e índice después de cada santiguar, y eso eran muchos besitos en mucho silencio durante un rato largo.

También tengo historias sobre mi madre, sus santitos y el vodka, y sobre mi padre el agnóstico y mi no bautizo, San Cayetano y el tubito de cartón de hilo de coser, pero eso lo contaré otro día. Todo esto viene a explicar que cada uno cree en lo que puede, y yo con este menjunje que traigo de fábrica le vengo prendiendo velas a Joey desde hace unos días, casi semanas. Y Joey cumple, claro que cumple, como cumple la mano cornuda (roja, napolitana) en el fondo de mi bolso y el cuerno rojo que cuelga de mi llavero y las bragas rojas que me pongo para las grandes ocasiones.

la foto (18)

Lunó Tour – día 9

Que les hace cosquillas verme tan emplumada, dicen. Quisiera, también, reptar con más sigilo. Quetzalcoátl, yo te invoco.
Cuando me despierto, tengo aún puestos los pendientes de pluma negra. Me muevo rápido, pero no con el suficiente sigilo.
Molestaré, siempre, al prójimo, con calma.
En Oviedo hacemos mucho ruido. Martí de Ton-Dose conecta entre sí latas de zinc para hacer temblar la Lata de Zinc, chigre cultural, con ahínco y frecuencias imposibles. Yo hago un set completo con el Spoken System, disparo mi drone de saldo, estreno canciones y sacudo las plumas de la cola con brío ante un público casi exclusivamente femenino. Me llegan su calor y sus sonrisas. Chicas aleladas del mundo, yo os invoco.
Ayer admiro un parche crust en la espalda de una de ellas: “Come sano. Come coño vegano”.
Ayer admiro a un señor enorme con camisa y corbata, y un cubo de plástico lleno de flores. Nos habla durante un buen rato del ajenjo, de la absenta, del ombligo de Venus. Asoma una vara de dedalera, rosada y mustia, entre sus yuyos.
Ayer nos alimentan con bollinos de pesto de ortiga, con paté de pimientos y llantén, con sopa de ortigas y avellanas, con un chupito tibio y delicioso de consuelda y cúrcuma. Miro largamente el interior del vaso después de cada trago del líquido amarillo y turbio. Sabe a algo antiguo, a leche de madre, a savia de árbol madre. Después de la cena y el trago tibio que baja por mi tráquea, me considero curada de un montón de dolencias menores, pero no de la estupidez ni de la perseverancia. No de la estupidez de perseverar en hacer gestos amorosos que pasan desapercibidos, que se leen en Braille, que se decodifican con antiparras polvorientas.
Un perro blanco con un ojo de cada color me mira y me emociona. Lo acaricio pensando en otros perros.
Ayer sonó “Rock’n’roll Suicide”, de Bowie, mientras esperaba en el teléfono para entrar a la entrevista radial que me hizo Jorge Alonso para “La radio es mía” de RPA. Me lo tomo como un regalo personal. Hablamos de Corín Tellado y del aparato genital caído de algunos hombres. También hablamos de Sótano.
La Fjäder me cocina con amor y, por el tamaño de los platos que me sirve, debe estar queriendo cebarme para algún sacrificio pagano. Hoy me lleva de la manito al cierre de temporada de la Jam Poesía Gijón, donde podréis sacrificarme a vuestro dios. Luego discutiremos, con una copa de vino, qué dios vendría a ser ese.
Vuelvo conduciendo bajo un cielo anaranjado por la tormenta, el humo de muchas chimeneas velando la luz de la luna, casi llena. Fjäder et moi sueltas ante un micrófono en luna llena, pienso. What a ride.
Bienvenidos al Lunó Tour.
Ari Up, yo te invoco.
ari

Mañana sábado 10 estaré en La Vorágine, Santander.
Domingo 11 en el malecón de Zarautz.
Martes 13 en Vitoria, Zuloa Irudia.
Miércoles 14 en Valladolid, PerVersos, La Piel del Oso
Jueves 15 Madrid doblete: Complutense y Aleatorio
Viernes 16 Madrid, Nakama, con María Helena del Pino.
Y sigue.

 

 

Lunó Tour – día 4

Mi amigo Bertotti me habló largamente sobre la vida circular cuando estábamos preparando la presentación de esa novela brutal suya, Luna negra. Yo estaba completamente abrumada por las decenas de lecturas transversales que podían hacerse, por su trabajo de lija fina al revivir con gracia un puñado de tradiciones literarias rioplatenses que se me escapaban sin remedio. Menos mal que estaba él para explicármelo. Eso y lo de la circularidad, la inevitabilidad de vivir la mitad de la vida trepando por la circunferencia tomándonos demasiado en serio, para, una vez cruzado el ecuador, dejarnos caer por el otro lado de la circunferencia —viviendo lo mismo, sí, pero en forma de parodia. ¿Por dónde andas estos días, Bertotti?La lectora inteligente del otro día, la que hablaba de mi “yo poético”, se rió con ganas cuando le dije que me sugerían no desnudarme tanto al escribir. “Como si fueras tú siempre”, dijo. Y “¿por qué no?”, dijo. Y “seguro que te lo dijo un tío”, dijo. Y claro.

“Deja la poesía y dedícate a la crónica”, me dice otro chico. “A ti se te da por contar cosas”, me dice otro chico. “Usté sólo sirve para contar historias”, dice el marido de un personaje de Sótano.

Yo también sólo sirvo para contar historias y para caerme por las circunferencias. Y los chicos me explican cosas. Qué le vamos a hacer. 

Ayer soplaba el viento y refulgía el monte. Tengo en el fondo de pantalla del móvil un grabado inglés del siglo quiénsabe, con un búho y la leyenda “prudens non loquax”. ¿Ven? A veces tengo la intención de ser una señorita moderada. Pero, sin embargo, hablo. 

En el principio fue el verbo. Y, como todos sabemos, dijo “let there be rock”. Rockeando estaríamos. 

  

Lunó Tour Día 3

“Ya te lo he tocado todo, amor mío”, dice un personaje de Painstick, la mitad alegórica de mi fanzine bifronte. También habla de destripar, de ahogarse, de conducir en la niebla.

Con sólo doce horas de diferencia, Luis, siempre tan exagerado en público, me denomina “suma sacerdotisa de la hemorragia post Cramps en forma de poemas”, y un escritor amigo de Twitter encuentra una rareza de Cramps, piensa en mí, me escribe y pone a rodar un plan macabro que, en pocos meses, será algo hermoso. Por el amor de Poison Ivy, no soy digna de tanto barroquismo.

Aunque aquí y ahora, en la temporada del narciso, entre los juegos de “ven aquí”, “quédate un poco” y “hazme caso”, cuánto nos gusta que piensen en nosotras. También es verdad que desde aquel lejano “Las chicas son huecas”, cuento de La reina del burdel que abría con cita de Cramps (“What’s Inside a Girl”) y que encuentra su espejo hoy en Sótano con “Las chicas son huecos”, el espíritu protector de Lux, Ivy & Mr Powers me ha bendecido varias veces con hermosas sincronicidades junguianas.

Estos días comemos poco para sanar, rodamos mucho porque sí, dormimos mejor. Recuperada del shock cultural de volver a hablar en un idioma que tenía desaprendido, acabo de trabajar bien en la tesis ajena que estoy corrigiendo y maquetando (y que, insisto, os dejará locas y boquiabiertas cuando salga al mundo de acá en nada) y me dedico a ensayar pasos de baile para el Spoken System y a preparar unos souvenirs para la gira.

Castigo y premio minuciosamente a mi cuerpo estos días, de formas variadas, con dulces y silicios, como ejercicio espiritual. Estar de paso por rincones que fueron míos y que volverán a ser míos más adelante es ver una película a toda velocidad. Pero no la pelicula en sí, sino el film, el celuloide volando entre los dedos hasta estallar en la burbuja quemada del futuro deseado y deseable, amarillo azufre, rosa carne. La burbuja quemada invade todo el campo de visión.

Si quieres hacer reír a los dioses, cuéntales tus planes.

Si quieres hacerme reír, háblame de categorías y etiquetas.

Si queréis aportar algo a mi paz mental, juradme que en la guerra y en el amor las categorías y las etiquetas no sirven para nada.

A medida que pasan los días pienso que en cualquier momento tendré que contar la historia de cómo hice las paces con mi cuerpo, desmontando los complejos uno a uno. Pero una carta de amor al propio cuerpo todavía me llevará tiempo. Pienso en Alicia escribiéndole a sus pies, después de sentir que se había desplegado como un telescopio (y cito de memoria, que mis libros, todos mis libros, están en cajas): “Queridos pies de Alicia, junto al atizador, al lado de la chimenea, dos puntos”. Se podría intentar algo así: “Querido cuerpo magullado de Macky, ovillado y desovillado a diario, dos puntos”. Quién sabe qué le diría. Admitirle amor ya es un paso muy grande, y una puerta espléndidamente abierta que todavía estoy contemplando desde el umbral.

También miro desde el umbral el próximo bloque de shows, que serán Gijón el miércoles 7, Oviedo el jueves 8, Gijón again el viernes 9, Santander el sábado 10 por la mañana, Zarautz el domingo 11 por la tarde en el malecón, al sol. Tengo tantas ganas de que llegue el miércoles que me emociono encima.

A veces pienso que insisto demasiado anunciando todo esto, que me repito, que soy una pesada. Bueno, hace años que sé que soy una pesada, pero eso es otro debate. Me refiero a que cuánto puede una anunciar aún las cosas. Y luego me escribe gente que no sabe dónde actúo, ni cómo conseguir el libro, y me queda claro que, para los liliputienses como yo, toda difusión es poca. Luego volveré a poner los links de todo, si queréis.

Me voy a ver qué pasa ahí fuera, debajo de las palmeras, junto a la piscina, los dientes mordiendo el borde de la copa de daiquiri.

  

Lunó Tour. Día 2.

Ayer leí que, neurobiológicamente hablando, eso que llamamos “fuerza de voluntad” no es algo que podamos ejercitar, sino algo de lo cual
poseemos un capital limitado, y que se nos agota. El experimento que relataban consistía en dos grupos de personas mirando una película triste. A un grupo se le pidió que reprimiera sus sentimientos durante el visionado. Luego, a ambos se les hizo un test de energía y fuerza física. Adivinen quiénes fallaron.

Lo estoy formulando mal a propósito. La mayoría de las veces, no poder más no es fracasar.

Adivinen ahora por qué no podemos más tantas veces al día, o a la semana. Nosotras, que todo lo podemos.

Hoy declamé en Chan da Pólvora, esa librería pequeña y coqueta con ventana trasera al huerto vecinal y escaparate vavavoom. Alicia siempre parece afligida porque, cuando voy, no aparecen las hordas que suelen invadirlos en otros eventos. Ayer fue mi segunda presentación en Chan, y la tercera en Santiago. Sigue pareciéndome un milagro que se acerquen cinco, siete, diez personas, en una ciudad donde eres virtualmente una desconocida. Sigue pareciéndome un milagro que en Chan siempre me pidan un bis, y que tenga que repetir algún poema a pedido del público.

Cuando los libreros pasan pena por si vendrá o no vendrá gente, intento animarlos con historias para no dormir de festipunks de 138 bandas y tocar a las 5 de la mañana para el sonidista y su novia. O aquella legendaria primera presentación de La reina del burdel en Valencia, con Don Rogelio presentándome con amor y garra ante un auditorio compuesto por Letxon, Majo y mi madre (arreglada como para los Óscar). Pobre madre. Estas historias, sin embargo, no suelen tranquilizar a los libreros, que me miran con una mezcla de horror y pena.

El punk rock nos ha obsequiado con una piel muy dura, nano.

Despues me quedé charlando un rato con una lectora muy inteligente y mona (con un peinado ochentoso que le envidié fuerte), que me hizo preguntas sobre algo que ella llamó “mi voz poética” y en lo que aún pienso. O quizás era “mi yo poético”. No lo recuerdo. Tenía fiebre y había dormido poco, y aun así me encantó adentrarme en una parte de mis libros (esta señorita llevaba Saliva y hasta a La reina en el bolso) que no suelo visitar. Es otro sótano, uno con doble circulación, con una puerta secreta por la que sólo pasan los lectores. Allí ellos ven y leen con su glorioso filtro de alteridad, y vuelven a encontrarse conmigo en la sexta habitación del sótano para ofrecerme lo que quedó de las miguitas del regreso. Qué cosa más hermosa cuando esto ocurre. Gracias.

Ahora acaban de prepararme un tazón de sopa reconstituyente, como si fuera Heidi sentada en su cama de heno fresco (¡qué picor, pienso ahora!), y luego dejaré que me hamaquen hasta dormirme, siempre y cuando no venga el desvelo a qué sé yo.

Próxima fecha: miércoles 7 de junio, La Buena Letra, Gijón. 

  
Imagen: fragmento de “Alanui”, un poema de Sótano

1 de junio

El piloto dibuja un giro amplio y escorado sobre el mar para dirigirse al noroeste. Hay una mancha magenta en el agua: el amanecer riela bajo. Cuando llevas muchos días durmiendo pocas horas, el cuerpo está más alerta a los sutiles cambios de temperatura y presión. Casi puedo sentir en la piel el temblor del pájaro, y se abre una válvula telepática. Sé que el capitán sabe lo que hace, más que otros, y disfruta de volar este bicho, más que otros. Ante esta certeza puedo abandonar el perpetuo estado de vigilancia que, como dice la Jong, es lo único que mantiene al avión en el aire. Cierro los ojos.

Los abro para ver una serpiente de nubes corriendo por un desfiladero. Debe ser el Miño lo que está abajo, encajonado en piedra. No nos desprendemos de la manta nubosa y ya tocamos pista. La niebla no deja ver nada. El capitán, además de dominar la telepatía y el instrumental, sabe bailar a ciegas en este mundo gris. Bienvenidos a Galicia.

Abajo, el verano gallego despierta a su manera, con helechos enhiestos en la banquina, con saúco bordeando los dedos altos de la Digitalis. Echaba de menos la niebla.

El viaje había comenzado aún de noche, con un chico negro y buen mozo pasándome su móvil en el tren para que leyera una nota. Me la escribe en francés y en inglés, para asegurarse de que la entienda. Es respetuoso, y unos quince años más joven. Desde mi cara insomne y sin maquillar le sonrío, y le devuelvo el móvil. Siempre me quedo muda ante el misterio de los sitios donde otros encuentran la belleza.

A lo largo del día las gentes me miran de reojito, en la mirada aún frescas otras bellezas que tuvieron el gusto de conocer en primavera. Sigo las reglas de un juego que aún no conozco del todo. Saludo de cerca a la liebre nocturna y aprendo cosas. Saludo de lejos a una señora enanoide que no sabe lo que yo sé. Les devuelvo el garage y el powerpop: mi banda sonora es más grave que un latido y más ultravioleta que un silbido en la casa de comidas. El pan debe ser siempre comunal. Salud.

Los helechos de la banquina son mi casa. Las patas delanteras de mi gato flaco son mi casa. El grito que me mantiene despierta es mi casa.

Susurro y canto y declamo por la tarde en Versus, esa hermosa librería de Vigo, arropada por Sabela, una de mis libreras y personas preferidas en esta tierra, y me dan la mano fuerte otras personas preferidas. Soy, a mi modo, una mujer con suerte.

Subo por primera vez después de mucho tiempo a la nave, ese calabacín plateado que me paseará durante todo el Lunó Tour. “No rompas nada”, me dicen los amigos. “Tenés más fechas que Damned”, me dicen los amigos. La carretera ondula debajo de los neumáticos y una media luna perfecta. Suena Danzig, suena Burning, suena Half Japanese dentro del cráneo. 

Ayer canté por tercera vez en público mi canción “A Shortage of Pumpkins”. Habla de creer en la canción, y en la voz prestada. Habla de otras cosas que todavía no sé. Tengo que grabarla, tengo que grabar todas las canciones del Spoken System un día de estos. Mientras tanto, sigo siendo una punkrocker que habla demasiado. Espero poder mostrarles esto, y lo contrario, a lo largo de la gira.

No rompan nada. Es todo demasiado hermoso, demasiado frágil. Si tienen una ventana cerca, asómense y canten. Si tienen verde cerca, agradezcan al señor. Al primer señor que encuentren: quizás tuvo algo que ver. Si creen, como yo, intermitentemente, en un manager cósmico que acomoda los melones en el carro, agradézcanle las cosas buenas. La felicidad, ahora lo sé, hay que escribirla antes, y puede ser intermitentemente eterna. 

Si están por menstruar, canten mentalmente “Gratitude”, de Beastie Boys, antes de abrir la boca. Si un chico negro les sonríe en dos idiomas, levanten la vista del teléfono. Si el insomnio les despierta la piel, o si la piel despierta al insomnio, dejen que la piel hable y resuelva. Si se encuentran con Keith Richards, díganle gracias, díganle telepáticamente que lo quieren, sáquense una foto. 
Próxima fecha: viernes 2 de junio. Chan da Pólvora. Santiago de Compostela

  
Foto por AnaBea. 

Aniversario

Hace un año Saliva, mi poemario con ContraEscritura, asomaba el hocico, y empezaba un viaje que me llevaría a declamar en nuevos sótanos, bares, librerías y hasta en terrazas frente al mar bajo el sol del invierno.

En ese momento pensé que se cerraba un círculo que había empezado con Síntoma, mi primera plaquette autoeditada por The MPress, y con un email psicópata.

Pero los libros frecuentemente tienen sus propios planes, y tejen redes que te acercan a otros mutantes que te bienvienen en sus espacios y te animan a continuar escribiendo sobre insectos, huesos floridos y lo que ocurre dos centímetros por debajo de la piel de las cosas.

Gracias a todos los que creyeron en este libro y ayudaron a desparramar mi voz y mis palabras. Son muchos. Ustedes saben bien quiénes son.

Mientras me preparo para aterrizar en Cosmopoética a finales de este mes y mientras trabajo en lo que vendrá (un par de proyectos que me tienen muy ilusionada) aparece este vídeo casero: Con mi balsa. Va para los que ya se sumergieron en Saliva, y para los que quizás quieran aún visitar sus páginas.

Gracias por su siempre amable atención. Play it loud.

Autoentrevista, o qué hacer con un palo de selfie

punk cred

Me gustaría ser la tataranieta de Chesterton para poder comenzar este post con “it has been called to my attention”, o algo así. Se me ha informado, llegó a mis zarpas, me lo contó un pajarito. Se ve que en algún recodo de la red, pero no en la deep web, sino todavía en el más acá, algún iluminado con ínfulas de periodista ha hecho un cuestionario estándar para escritores. No nos confundamos: no es el cuestionario Proust, ni uno de esos ping-pongs de pregunta-respuesta relámpago tan habituales en las últimas páginas de los periódicos. No. Esta alma de cántaro empieza diciendo “me he dado cuenta de que le pregunto lo mismo a todos mis entrevistados”. O algo así. Si esto no basta para activar tu modo-Haddock (¡bachibuzuk! ¡sietemesino con salsa tártara! ¡vago de manual! ¡creador de hypes!), igual ayuda lo que sigue (parafraseado creativamente, pero el concepto es el concepto): “Entonces he decidido compilar todas estas preguntas, colgarlas en un recoveco de mi maravilloso blog, y tú sólo tienes que pinchar en el link, responderlas, y triunfar así en la red de redes: harás una búsqueda egoica en Google y aparecerás por arte de magia en este blog”.

Considérate entrevistado.

Ahora bien. Una tiene una edad, un par de libros leídos, algún libro publicado, muchos caballos desbocados, patos que se suelen volar rápido, pocos farolillos y menos ruidos. Una intenta jugar a la artista conceptual, y funcionar en modo punk la mayor parte del tiempo. Por eso, no es ajena al ya tan manoseado paradigma del DIY. Hace rato que lo hacemos nosotros mismos. Nos autopublicamos y autoeditamos libros y discos y fanzines y revistas, damos la vara en Facebook con el autobombo para que el pluriverso se entere, dejamos que cada tanto algún hacedor de milagros nos publique esto y lo otro, con cuidadito de que el sistema no nos fagocite (“en el capitalismo lucho con las armas del capitalismo” decía un conocido que se pretendía comunista) y de que no acabemos por error vestidas de petardas en un cocktail de la industria metiéndonos merca con el mejor postor. Todo eso ya lo hemos aprendido. Lo digo porque quizás algún despistado pensó que esta pseudopropuesta periodística de la blogosfera tenía lejanamente algo que ver con el “hazlo tú mismo”. Error, baby. Esto tiene tanto de autogestión como un palo de selfie.
Pero hay más. Desempolvemos la figura del intermediario. Porque it has been called to my attention que hay editores que ofrecen este SerBizio a sus autores porque “siempre viene bien una entrevista”.

Ah, los intermediarios. Los amamos, los odiamos, agradecemos cuando nos descubren, despotricamos cuando nos ignoran, acabamos cagándonos en su estampa la mayoría de las veces (salvo con los mencionados hacedores de miracolos, que haberlos haylos), pero en general no hacen nada que una sola no pueda hacer. Salvo golpear a las puertas de las altas esferas (¡Los suplementos dominicales! ¡Las máquinas de contar likes! ¡Los millones de vistas en YouTube!). Si eres un intermediario y haces tu trabajo y las niñas adolescentes tienen posters con la cara de tu protegido encima de la cama y abajo del crucifijo, o marcapáginas y calzones serigrafiados con la portada del libro de tu protegido, albricias: todos han ganado. Si, por el contrario, te limitas a ofrecer una pseudoentrevista en el blog de mierda de un señor que es tan vago que ni siquiera se curra las preguntas a sus entrevistados, que ni siquiera busca a sus entrevistados, que ni siquiera los elige, que se limita (suponemos) a filtrarlos, entonces estamos ante la desidia total, la muerte del periodismo, la muerte del blog, la muerte del oficio editorial, la muerte de la figura del intermediario, la muerte del pensamiento crítico, la muerte de la novela, la extinción de las ballenas y el apocalipsis zombie.

Ahora, con vuestro permiso, procedo a autoentrevistarme:

Hola, soy Macky Chuca, mi primer libro publicado fue La reina del burdel (relatos, Ed. Sloper), mi segundo libro publicado fue Saliva (poesía, ContraEscritura) y en el medio me autoedité Síntoma, que es un fanzine/plaquette de poesía muy cuco, bajo el nombre de guerra de The M Press (coartada/empresa en Panama Papers). Todo indica que hay incautos que están planeando publicarme un tercer libro, porque no saben aún (se enterarán por este post) lo bocazas y desagradecida que puedo llegar a ser. Desde acá un saludo fraterno a todos ellos.

Ah, también me he dedicado a cantar y a autoeditarme discos en bandas como Mostros, Weed Bug y (próximamente) Myrna Minkoff. Tres grandes bandas con tres nombres de mierda (uno de ellos lo elegí yo). Participo en el recording project Black Sushi (ese sí es un gran nombre), y tengo un proyecto solista que hasta el momento cuenta con un (1) tema grabado, pero aún no me he hecho el Bandcamp porque no sé qué foto de portada poner. Por ahora mi mejor idea consiste en salir con camisón blanco y escopeta. El nombre lo sabrán a su debido tiempo.

También hay incautos que me han dejado escribir en sus publicaciones, digitales o en papel: La Bolsa de pipas, La mujer de mi vida, Agitadoras y, últimamente, Karate Press. Pero esta tiene trampa, porque se hace en mi habitación propia. En KP tengo el cargo de hechicera y gestora del pánico y una columna donde hago hablar al oráculo para, básicamente, insultar a los Beach Boys y a los Who con total impunidad.

In your face, hombres blandengues.

Ya está. Miren qué fácil es hacer una autoentrevista y un post de mierda para tu blog.
Hala, me voy a hacerme una selfie, que en la que tengo que FB no salí con suficiente cara de zorra.

Imagen: Raymond Pettibon

Alguien llama

alguien llama desde el sótano del bosque

                        pero eso es afuera

aquí en la bruma

yo espero 

dos centímetros por debajo

del aire        de la casa

y ya he olvidado

que hay que romperse 

y romper cosas

para brotar en primavera.

los insectos murmuran

                          no sabes lo que tienes

acurrucada junto al zócalo

espero descifrar el polvo

y el rumor de la termita

 

foto by macky