Este cuadro de Hopper siempre me recuerda a uno de los primeros cuentos de Carson McCullers, El patio de la calle ochenta, zona Oeste. Las ventanas del contrafrente, la vida de los vecinos avanzando sobre la tuya como lentas plantas carnívoras. Aunque esta habitación parece mucho más espaciosa que la descrita por McCullers.
Cuando abro la antología de McCullers editada por Seix Barral para buscar el nombre del cuento en cuestión, me encuentro con el comentario de Rodrigo Fresán, que prologó y anotó el volumen: Casi un cuadro de Edward Hopper hecho cuento.
Claro.
Eso mismito.
Me quedo con las ganas de ver la exposición de Hopper en Madrid, pero seguiré trotando por esas habitaciones en sueños. Me asomaré a las ventanas o dejaré que las cortinas hinchándose en la tarde marquen el pulso del fin del verano mientras yo las miro desde la cama, desde la mesa, escondida en la ventana del contrafrente, tocando un instrumento demasiado grande para sostenerlo bajo la barbilla, un monstruo encordado que me obliga a abrir las piernas y a sacudir el pelo en cada stacatto.