Mi gato acecha presas invisibles.
Es lo que hacen todos los gatos, dicen mis amigos, condescendientes.
Mi gato se pasea por la casa y de repente le queda grande el cuerpo, se atolondra, atropella, se le acelera el pulso. Husmea. Trepa por los vanos de las puertas. Abre mucho los ojos, viendo lo invisible. Ya descansará luego, su pelaje tembloroso en mi mano, agitado de tanto perseguir duendes imaginarios. Porque los duendes no existen.
Después de un rato veo a mi gato rumiar, babear, empezar el complicado y agotador ritual de las arcadas.
Vomita una cosa cartilaginosa, un esqueleto transparente, irisado y blandengue.
Un esqueleto de duende, con una cola mínima y vertebrada.
Miro a mi gato, inquisidora, pero él sólo devuelve mi mirada y dice miau, lo cual explica muy exhaustivamente el desarrollo de los hechos.
foto by Macky