El viernes pasado, mientras Júpiter entraba en Géminis, activando la dualidad, ocurrió un hecho sin precedentes.
Literanta recibió la visita de una nueva encarnación del famoso y nunca bien ponderado dúo Los Gladiolos, en la figura de Gabriel Bertotti, que presentaba su novela Luna Negra, y una servidora, que lo acompañó en la mesa para el jolgorio de los presentes.
Todo esto fue idea de Marina P. De Cabo, o como bien dice Gabriel, “la niña de los ojos marinos”, que creyó conveniente que yo accediera a Luna Negra, a sus conjuros medievales, a sus brujos de necrópolis bananera, a sus amigos enamorados. Es algo que debo agradecerle. Luna Negra es una gran novela, editada por Sol de Ícaro. Y su autor ya ha sido admitido en el Club de Víctimas de Champawat. (Champawat es así; sus lletraferits se toman el victimazgo a la ligera, como cualquier otra actividad de club social).
Gabriel Bertotti es bahiense de Bahía Blanca, una ciudad a la que le tengo mucho cariño por haberme brindado el dicho Más sola que loca mala. (Les ruego tengan a bien abstenerse de venir a refutar mi hipótesis del origen bahiense de este dicho que tanta alegría me ha proporcionado.)
Pero no hablábamos de eso. Hablábamos de Gabriel, que escribe novelas que te transforman en
“Un succionador de intimidad. Aquel que está del otro lado del fuego una noche helada, en la pradera”,
y que también colabora en Món de Llibres desde hace años.
La velada transcurrió mientras nos reíamos de pasados y futuros inexistentes, fluyendo en un eterno presente (muy apropiado, horas antes de que comenzara el Bloomsday); hablamos del desarraigo como un mamut oloroso que te salta al cuello en cuanto abres ciertos libros; hablamos de la ironía como un alto muro, del ritual de apoyarse en los espejos para increpar al reflejo, tarea que en ocasiones resulta más soportable que conversar con las personas. Hablamos de Luna Negra pero también de Arlt, de Bioy, del Martín Fierro, de Philip Marlowe, de los cameos del niño de Banfield, de algo tan anacrónico como grabarse en un cassette para no sentirse tan solo. (Oigo cintas que he grabado con mi voz, según Parálisis Permanente).
Todos estuvimos de acuerdo en que Los Gladiolos deberían juntarse alguna otra vez para destripar obras literarias (ajenas, mejor) o para, al menos, animar bodas, bautizos y comuniones.
Lo más memorable fue, sin duda, que contamos con la presencia de un astrólogo que, mientras los demás nos exprimíamos el cacumen para que el evento pareciera una presentación seria y sesuda, se dedicó a jugar con niños perdidos y dandies, haciendo gargarismos en un largo viaje de ácido. Pero de esto no puedo hablar aquí.
Fotos por Yago.