En el diome
Una historia verídica en pequeños capítulos de menos de 140 caracteres. Desde mi Twitter, vía Storify, al blog. Vieron uánta modernez.
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Avión. Asiento pasillo: rubia teñida con gesto de Lindsay Lohan a quien no le devolvieron la bolsa. Lee Cuore y hiede a alcohol.
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Asiento ventanilla: asiática con blusita blanca e intenso aliento a ajo y jengibre.
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En el asiento del diome, limpita y con sonrisa Kolynos, aferrada a su playlist de canciones de amor: la mayor de los Chuca.
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Me hacen apagar el móvil. Me quito el auricular justo a tiempo para captar que asiática sólo habla cuatro palabras en castellano.
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A partir de ahora la asiática de intenso aliento pasará a ser denominada “la china”, para simplificar, ok?
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Constato que dos de las cuatro palabras que la china conoce en castellano son “bolsa” y “vómito”.
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Ticket agent hasta la muerte, ayudo a la china a solicitar bolsas para vomitar. Los asistentes de vuelo se hacen rogar.
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Varios ademanes y luces de asistencia más tarde, azafato nos trae un fajo, una bocha, un toco de bolsas de vómito.
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La cara de la falsa Lindsay en cuanto vio el fajo de bolsas podría ilustrar “Her white shade of pale” en la Enciclopedia del Rockero Snob.
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Despegamos. La china tiene su primera arcada a unos 750 metros de altura.
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La zorra beoda de Lindsay se indigna. Busca mi complicidad. Le niego contacto visual.
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La china mira fijamente el carrito de las bebidas y tiene su segunda arcada. Abajo giran unos molinos de viento.
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A la tercera arcada decido, desde el amor, que no puedo seguir llamándola “la china”. Desde ahora le diré Loto Dorado.
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Loto Dorado tiene su cuarta arcada, sorprendentemente sonora, amplificada por la proximidad de la ventanilla.
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La primera tos productiva de Loto Dorado ocurre cuando la voz en off de Ryanair dice “sandwiches, croissants, paninis”.
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Loto Dorado vomita. A nuestros pies, el cielo parece un mar de corderito arrancado de mil camperas rolingas.
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¿Alguna vez sostuvieron bolsa de papel llena de vómito tibio? Pesa como una bolsa de gatitos recién nacidos a punto de ahogarse en un balde.
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Loto Dorado mira fijamente aquello que descansa en el fondo de la bolsa, y vomita otra vez.
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Le sostengo la cabeza a Loto. Lindsay nos odia.
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Menos mal que vine con mis rotundas Martens en lugar de las sandalias de trola con las que suelo volar.
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Las girls scouts de la parroquia de la virgen de Lourdes, en cuyo recinto permanecí 17minutos, estarían orgullosas de mí.
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Cuando vemos la bahía de Palma iluminada, Loto Dorado derrama lágrimas de bilis. Yo también, pero de otra cosa.
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No hay remate.
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