Primavera uno cero uno


Todavía es primavera de este lado del mar. Alguien se sienta a los controles y comienza el deshielo. Un buen momento para salir de la hibernación, bueno como otro cualquiera. 
A veces las momias optan por rascarse el picor debajo de la venda.
Extrañábamos el olor del papel y la tinta, extrañábamos la tijerita y la plasticola, el colocarse con el propio anhídrido carbónico, el aire moviéndose delante de los labios.
Volvemos, despacito, a la silla y a los sutiles engranajes que nos meten en algún casillero de la personalidad múltiple. Volvemos con cosas para contar.
Pronto, más noticias. Por ahora, una imagen de ayer a la tarde, del making of de lo que se viene. Parte de lo que se viene.

macky beringola

Cómo escribir una canción de amor adolescente

 

 

Hace unos meses, en medio del verano, La Chica que Quería Irse sucumbió ante una canción de amor adolescente. Con hermosa puntería, fue demoliendo sus defensas, una a una. No la conocía. Hay tantas cosas que no escuchó aún. Y entonces, de repente, Thirteen.
En Thirteen piden permiso para irte a buscar al cole, y a la pileta. Después de todo tienen trece años.
En Thirteen piden también permiso para querer. Enternece porque hace tiempo que las cosas no se hacen así.
Se embanderan, el rock n’ roll está aquí para quedarse, dicen. Cuéntale a tu padre lo que dijimos sobre Paint it black.
Resplandece el final. Brillan esas preguntas que todavía no sabe si son adolescentes o no.
¿Me dirías en qué estás pensando?
¿Serías un fugitivo por mi amor?

Pedir el gran gesto, la escapada. Fly fly away. Y retirarse sin rechistar si la respuesta es no.
I won’t make you.
Enternece porque ya no se acaban así las canciones.
A La Chica Que Quería Irse le gustó Forrest Gump y lloró mientras Jenny apedreaba la casa de su padre y caía como la Christina de Wyeth.
Se reconoció en su plegaria.
Good Lord, make me a bird so I can fly fly away.
¿Qué diferencia hay entre una plegaria y una canción?
Las mejores canciones, dicen sus amigos, necesitan un solo estribillo que no se repita nunca.
Las mejores canciones, dicen sus amigos, empiezan con un estribillo que se repite muchas veces.
Sí, y sí.
¿Y una canción que empieza y no se sabe cómo termina? ¿Y un recurso que fuera como el fade-out pero que no fundiera a negro? ¿Un efecto que no te llevara de la manito hacia el silencio? Un shine-on. Un flash-out. Un reverb-it-all, second star to the right, and straight on till morning.

Canción para mi menopausia, II

 

 

(segunda parte)

cuando vengas
tendré que archivar para siempre mi reclamo
a aquel
que me llama en semanas
alternas
por haberse perdido mi ovulación
y su alarde primaveral
su manía
de ponerme las tetas
como faros traicioneros
que encandilan a navegantes
tetas leudantes que buscan manos panaderas
que me enmantequen
y me enharinen

 

beth hoeckl

Collage por Beth Hoeckel.

 

Vulcanología 101

 

 

Quiero decirlo, sacarme los tacones y decirlo.
Ojalá pudieran ver este montón de peces que quedó en la orilla después de la marea. Cada uno de los peces se ha tragado un dolor como un anzuelo. Cada pez, sin ser pescado, se quedó en la orilla para que yo me haga un vestido plateado, después de haber estado caminando sobre estos pies doloridos, como la cola partida de una ex-sirena cualquiera.
Animalitos unicelulares, duele siempre salir de la charca.
Los primeros pasos desgarran las plantas de los pies nuevos de las sirenas. Los primeros zapatos del verano aprietan los pies con ternura de grillete.
Huele a verano ahora, de repente. Siempre tendré el hemisferio cambiado.
Me gustaría decirlo, tragarme un litro de gasoil y un fósforo, vomitar fuego y encender las cortinas de todas las casas. Que mi debilidad, great ball of fire, enhebre una constelación de ventanas llameantes que pueda ser vista desde el espacio exterior.
Que alguien en un asteroide ahí afuera diga
-Son fuegos que encienden otros cazadores, por la noche.
Que otro, a su lado, le conteste
-Son fuegos que se les escapan a los dragones cuando han permanecido en silencio mucho tiempo.
Quiero decirlo, quitarme los pantalones negros y decirlo.
Prender fuego a la casa. Soy mi propio muro. Soy mi propia viga.
Me gustaría decirlo, quitarme la lencería de liquidación y decirlo.
Después de la marea y el show de tragafuegos lanzallamas, me gustaría que mi fuerza, great ball of fire, fundiera el espejo y mi imagen en él, como hacen los volcanes, que funden la roca para hacer música y nubes de azufre.
Animalitos pintados al óleo, duele siempre desdibujarse.
Los días de luz cegadora te diluyen los rasgos con eficacia de trementina. Nadie sabe bien si es mejor trazar los nuevos gestos con lápiz o tinta. Y no hay que perder de vista que hay gestos por trazar.
Está todo por hacer. Me gustaría decirlo. ¿Lo estoy diciendo, acaso?
Pero me voy a morder la lengua (podría necesitar ayuda). Me voy a agarrar los dedos con la puerta antes de escribir una palabra de más.
Animalitos manuscritos, es siempre una fiesta decirse.
Me gustaría decirlo. En cambio doblaré la ropa limpia, y ordenaré los libros, y tostaré pan y subiré escaleras.
Y esperaré. Como el vientre de la tierra, como los cráteres de los volcanes y su baile de fuego y rocas.
Porque conozco la manera correcta de temblar.

volcano

Apnea y ajá

 

 

Mirá mi mano, dice. A la cuenta de tres la respiración se detendrá. O mejor, se ralentizará hacia un estado en el que pareciera que no hacen falta los pulmones. Algo respira ahí afuera y una se queda quieta hasta en lo que concierne a la actividad pulmonar, porque ¿para qué interrumpir la transmisión con nimiedades como seguir viviendo?
Esa es la sensación. Podría morir ahora, y estaría perfectamente bien.
Me pasó dos veces esta semana.
Hace un rato, con Safe European Home en los auriculares, maleta en mano, en una estación gris con gente gris. Me giro y veo uno de esos cielos que se le escapan a la ciudad en la que vivo. Un happening translúcido, una cúpula rosa y gaseosa sobre otra cúpula de cristal. Y a mis pies las vías del tren, vías que comienzan y siguen y no se detienen hasta llegar una casa donde me están esperando con abrazos.
Y entonces me olvido de cómo respirar, o tal vez es que el mundo últimamente me hace tanto la gamba que se mete en mi tráquea sin que me dé cuenta, y me hace de pulmotor para que yo pueda gastar la moneda de este momento en licuarme con el bajo de Simonon y sentir el peso de la valija en la mano y frotar la córnea contra el cielo y las vías y una neurona contra la otra para hacer fuego en una sinapsis pequeñita que se traduce (como una voz que habla dentro del pecho) en “podría morir ahora y estaría perfectamente bien.”
Y la vez anterior: un coche a mucha velocidad, una serie de curvas, la fuerza centrífuga, sol, ese sol que te pone la piel un poco tonta, y cerrar los ojos y abandonarse al balanceo de las curvas y música como humo acariciándote los brazos y otra curva y chocar.
Pero chocar contra algo tan cálido que se apaga la cabeza y te tragás al mundo como si fuera la espina de pescado definitiva.
Mirá mi mano, dice. A la cuenta de tres flasheamos en tándem.
A cambio ofrecés todo el aire que te queda para que lo use alguien que realmente lo necesite, para que lo respire alguien a quien aún no le toque la apnea del darse cuenta de que todo está como tiene que estar y está perfectamente bien así.

 

 

oldrich-kulhanek 20

 

Dibujo por Oldřich Kulhánek.

D.

 

 

volveme laurel
para que no duelan las flechas de plomo             del desprecio
que me niego a sentir
volveme árbol perfumado
que brote de las muñecas algo más que sangre triste
jarabe pulsátil de temblores
volveme rama verde
mirame mientras canto
la canción de los árboles mareados
transplantados de pronto a un jardín nuevo
las raíces cortadas
por la gracia de un dios menor          ciego de sexo
muertito de miedo
volveme laurel
pedile
a la tierra
que me duerma
los pies
que se estén quietos
que descansen por fin en la negrura
que se crean que ahora sí
que ya han llegado
volveme laurel              y que esta historia sirva
al menos
para que venga una nena          a arrancarme
un mediodía cualquiera
dos hojas fragantes para el tuco.

 

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Uretra Franklin

 

 

 

 

este pis aparece cuando vos
torpe siervo de la estructura
me desplumás así
dejando que me mire en el espejo
sin haber untado previamente
la lente con amorosa vaselina
de la de difuminar los poros
descuidame así
desapareceme toda
y yo volveré
en orina salvaje y recurrente
en pis territorial
como una perra agachada en la baldosa
en la cama y en la silla
murmurando
acá         y así
y acá también
y acá también
todo esto mío
es que acaso no lo ves
todo esto mío
y mi pis para marcarlo
este pis repetitivo como un río
que no se detiene nunca
esto y esto
todo mío
acá también
no ves que este es mi metro cuadrado
y deberías honrarlo
y dejar de hablar de otras
no ves que estas son las tres horas y media
que me corresponden por decreto y por cistitis
y no hay tiempo para palabras que no me ensalcen
y para silencios que no me besen íntegra
qué poco respeto has mostrado por ésta
coma
mi pista de baile
entonces pis        y pis
acá
y acá también
todo esto mío
mojado
y mío

 

Maldonéitor

 

 

Mañana los amigos se juntan a brindar por el Indio Maldonado. El Indio se fue hace tres días, antes de tiempo (siempre es antes de tiempo), absurdamente (es siempre absurdo). El Indio, uno de los tipos más generosos que conozco, amigo de sus amigos hasta la exageración. Uno de esos maestros lindos que de repente la vida nos pone en el camino. De los que enseñan con risas, y también con silencios.

Cómo se hubiera reído de verme en mi foto de perfil, bicho urbano posando, agarradita a mi calavera de vaca, él, que carneó una vaca en la cocina. Porque el Indio se quedo aislado por una inundación en el campo, y después de haber hecho realidad aquello de gastar pólvora en chimango, vadeando el barro y buscando los nidos de chimango escopeta en mano (para morfárselos), optó por sobrevivir y mató y carneó una vaca en la cocina.

Yo desde acá confío en encontrar alguien que haga justicia y me recree y filme esa escena para mostrarle a los amigos. Sobre todo para ayudar a captar visual y neuronalmente la dimensión y alcance de vaca-en-cocina.

Porque el Indio es así y te hace unos asados kilométricos usando un somier como parrilla. O un alambrado.

Porque el Indio cada vez que ve a Rudie, mi gato gordo, grita “qué lindo que está el gato…para hacerlo al horno con papas”.

Porque el Indio es así, carnívoro a full. Y pese a eso cavó zanjas en la huerta con nosotros, y durante una tarde inolvidable me enseñó su manera de laburar, midiendo y cortando y clasificando al milímetro las cañas para las tomateras. Y juntos hicimos una estructura que, si no hubiera sido por la rotación de los cultivos, habría durado en pie más que la Gran Muralla China. ¿Y vos te creés que a él le importa un pito la huerta, lo orgánico, el fruto de la tierra? Un solo día lo vi tomar verdura, de nuestra verdura, una sopita de calabacín, porque estaba resacoso. y para darnos el gusto. Para vernos contentos. Porque éramos sus amigos y él siempre estaba ahí.

Y el Indio te dispone las cañas como si fueran la Gran Muralla China, porque el Indio es más McGyver que McGyver, y te desarma el coche y te arregla el embrague, el contador del riego, la persiana, el motocultor. A la argentina (con alambre) o a la gallega (de un mazazo). Maldonéitor resuelve, Maldonéitor arregla.

¿Quién nos va a arreglar esto, Maldonado?

El Indio por arreglar te arregla la casa. Nos reformó la casa, el Indio, nuestra casa. Me bancó dibujándole la cocina de mis sueños en una servilleta, e hizo regatas, picó y revocó y cortó baldosas con una radial traicionera para que yo pudiera cocinar curries de vaca y jugar a la ama de casa suburbana durante muchos años. Y durmió en nuestro sofá un mes “para no barriletear”, en medio de la obra, mientras masticábamos pizza tras pizza y polvo y los chicos meaban en un bidón de cinco litros de agua mineral.

Y una mesa me hizo. Una mesa hermosa, después de que le rompiera las pelotas para que aceptara un cacharro herrumbroso que yo había rescatado de la basura como animal de compañía. Protestó y puteó, pero me hizo mi mesa, divina, un óvalo que no es un óvalo, una cosa de patas cónicas y forma de tabla de surf que no es tabla de surf porque es como la soñé yo y como la pensó el Indio: rústica.

Y cuando no teníamos casi nada, más que un colchón en el suelo y los unos a los otros, el Indio era siempre la alegría del hogar, de la fiesta y de la huerta.

Vivíamos todos en lo que hoy se llama pomposamente un piso patera, catorce éramos, contando al Indio, que dormía en el pasillo. Y cocinábamos y plantábamos hierbabuena y hierbamala en el balcón, y luchábamos, los catorce, por la reposera del balcón y por el sofá y el control remoto para ver la primera edición española de Gran Hermano, sin darnos cuenta de que estábamos mirándonos a nosotros mismos en la pantalla. Y cuando llegó el otoño y no teníamos calefacción inauguramos la chimenea del piso, y salimos a buscar leña por las calles de Palma. En pocos días la cosa se puso cruda y se acabó la leña, que en realidad eran pallets que habíamos encontrado por ahí. Y nunca me voy a olvidar del momento en que Maldonado, vaso de cerveza en mano, nos miró con esa mirada suya. Hacía tanto frío que decidió tirar las paletas (las paletas de madera con las que habíamos jugado en la playa durante cinco meses) a la chimenea. Pero duraron muy poco. Entonces fue cuando tiró también la reposera del balcón. La rompió a pisotones, como se pisa la madera para hacer el fuego del asado, y la tiró a la chimenea. Y con eso se terminó oficialmente nuestro primer verano en Mallorca, y la edad de la inocencia.

¿A cuántos conciertos viniste, Maldonado, con tu mochila a cuestas, esa mochila que pesa como si llevaras dentro uranio enriquecido? ¿Quién nos va a cantar el Blues del Serrucho ahora?

Y el Indio tiene sólo un ojo operativo, pero los mejores reflejos del universo (reconocido oficialmente, con porcentajes apabullantes, por el ordenador del señor que te da el carnet de conducir). Y el Indio te maneja coche, moto, motoneta, furgo, tractor, catamarán. Y todo sin beber una gota de agua. Porque oxida.

Habría que rebautizar la canción de Dr Feelgood en honor al Indio. Mate and alcohol. Porque él leche tampoco toma. Trabajó en un tambo y dice que vio cada barbaridad que la leche le da náuseas. El día que cobré mi primer sueldo de encuestadora hice un pastel de papas para festejar con Los Catorce, y me tuve que aguantar el sermón de la montaña porque le había puesto manteca al puré. un sermón de él, que carneó una vaca en la cocina. Pero al Indio le aguanto eso y más. Y al Indio es al único que le banco que me bardee por brindar con agua, porque si Luca le jugó a Pappo una carrera tomando ginebra de acá a Rosario, el Indio le gana a toda mi parentela polaca una carrera tomando vodka de Algaida a Costitx y de Costitx a Varsovia, como quedó demostrado en varias ocasiones.

Y me dejaste un mensaje en el contestador avisándome que te casabas, y lo escuché tarde. Y después ya era larga distancia y días raros y no te llamé, boludo. No te llamé. Porque pensé lo que pensamos siempre, que hay tiempo. De arreglar las cosas, de abrazarnos y decirnos que nos queremos, decirnos lo mucho que nos importa que el otro esté, haya estado en nuestra vida. Que vos hayas estado siempre ahí, siempre listo para el mate y la charla y el cariño en silencio. Pero el tiempo, y también el silencio, pasan, arrasan y ya fue.

Y en estos días cruzás el mar y volvés al campo en una cajita y no me entra en la cabeza, no me entra en la cabeza. Mañana se juntan los amigos a brindar por vos. En algún lugar estarás siempre, gritando “¡Minuto!” con nosotros. Yo brindo desde acá, y mañana no me bardeás porque mañana cae un etil, seguro.

Cómo te voy a extrañar, Maldonado. Buen viaje, hermano.

 

Palo de amar

si me rompo es para que él me junte

porque nadie como él para escarbarme y levantar mis pedazos

(como se levanta a un muerto de la tierra)

me escondió en un pozo

(hueso viejo)

y cada tanto se asoma para comprobar si falta un fémur

un ganchoso        un escafoides

(mastín de niebla)

primero me lame    después me rompe

me tritura

me reduce a pigmento

me mezcla con yema de huevo y hiel de buey

para hacer un gouache a la antigua

se pinta el morro

conmigo

diluida en albúminas y proteínas

por un rato soy su color preferido

y jura que me caí de sus visiones de cadmio

(y los relámpagos caducos)

de su brisa de pinos

(resplandece el sur)

pero a gran velocidad

para que no me seque

me hace color en pasta

me unta en el mango de su pincel

y con él posee a alguna más joven

o dibuja a alguna más sabia

o le devuelve el centro a alguna más centrada

(andá a saber cómo le gustan a él en realidad)

me usa de estramonio en la escoba de sus brujas

él

siempre tan tieso y tan dispuesto

me mete dentro del coño de otra

entonces esto era

(la luz en las paredes de la caverna)

y entonces yo soy esto

(esta cosa que riela, a veces sombra)

y el verdadero fuego siempre estuvo en su mano

la mano en la que porta la luz

la mano que empuña su palo de amar

su puño dentro de mi estómago

ahí estoy yo

guardada dentro de su mano dentro de mi estómago

un resto de pintura en su cutícula

debajo de la uña de su pulgar

debajo de su anillo

adornando el prepucio fácil

que supe tratar con entusiasmo

antes de romperme y volverme

aguada

lechada

caldo coloreado de sus jugos y los de otra